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EL REY DE AMARILLO

IV

Emiliano González

Primera parte

Segunda parte

Tercera parte

 

La locura y Casilda dejan sus huellas en la fantasía y en la ciencia-ficción, pero también en la literatura realista y subjetiva: en el teatro del modernista Benavente. La primera aparición de la Casilda de Benavente es en la comedia Despedida cruel, en que Casilda dice que ella y su marido han sido unos locos gastando sin tino. La locura del oro (“el rey de amarillo”) es obvia. En El hombrecito (comedia) Casilda dice que no va a gastar el juicio y mucho menos a perderlo y luego añade que parece una loca. El viejo Marqués de Santa Casilda, en una escena madrileña de Noches de verano, le dice a una mujer que si abusa del éter, se volverá loca. El tema del amor se mezcla a veces con el de la locura. En El hombrecito, Casilda dice: “El amor con careta es más peligroso que con venda: suele dar bromas muy pesadas”. Tiempo después de esto, Casilda añade que hay para los hombres “unas caretas de monos… muy parecidas…”, y uno de los hombres dice que “Casilda y las otras mujeres no necesitan careta”. Recordamos el fragmento de Chambers, de la obra imaginaria El rey de amarillo, en que Camila le pregunta angustiada a Casilda: “¿No hay máscara? No hay máscara…” Casilda le dice a una amiga, en la obra de Benavente, que darle su corazón a cierto personaje es una locura. En la comedia El demonio fue antes ángel, Casilda dice que a veces la gente está encerrada dentro de sí y recuerda un manicomio en que los locos hablaban, se agitaban y vociferaban, pero ninguno salía de sí mismo. En la comedia La culpa es tuya, Casilda le dice a su marido que no coma porquerías en cualquier parte, es decir, que no haga locuras, y le dice a su sobrino que está loco al suponer que ella puede beber champaña en un viaje triste. En esta comedia, lo espiritual ayuda a lo material, y destaca una alusión al psicoanálisis. El marido dice que cuando Casilda se entere de que hay una sirvienta ofendida, será la locura. Cuando su marido enferma, Casilda dice que se vuelve loca “pensando todo lo imaginable”. Y al final el marido afirma que “el hombre que de una madre lleva el recuerdo eterno… no podrá vivir nunca sin un amor materno”.

Jacinto Benavente

Jacinto Benavente

«El sabueso del cielo» (1893), poema de Francis Thompson sobre el perro (dog) que persigue al incrédulo para hacerlo creer en Dios (God), influye sobre Lovecraft, que escribe el cuento “El sabueso”, y sobre Benavente, que escribe la comedia El lebrel del cielo. El robo del objeto sagrado destaca en el cuento “El signo amarillo” de Chambers y en “El sabueso” de Lovecraft. En su cuento, Chambers menciona a Casilda y se refiere a la locura. En El lebrel del cielo de Benavente, Casilda es víctima del amor loco de un tal Andrés, que finalmente la mata, para evitar que Dios se la arrebate, pues le ha mandado un sabueso de la jauría que caza almas. Al final de la comedia de Benavente, una claridad azul flota sobre el cadáver de Casilda, y recordamos el final del cuento de Belknap Long, “Los perros de Tíndalos”, en que una sustancia, un pus azul cubre el cadáver del usuario de la droga “Liao”. La relación de Casilda con el cuento de miedo destaca en la comedia Caperucita asusta al lobo, de Benavente, cuando Sofía dice que un personaje “come de espanto” y Casilda añade que “cena de terror”. En esta comedia, Casilda menciona a un marido suicida y a un marido loco.

"The Hound", por cheesecake-weasel

«The Hound», por cheesecake-weasel

La locura, Casilda, el amor y la muerte aparecen en la obra de Chambers unidos a la ciudad de Carcosa.

Casilda, hija del rey moro Alamún, de Toledo, en el siglo XI, se vuelve santa cristiana. Es un personaje histórico que parece ser fabuloso, debido a su aura profética y milagrosa. En la literatura es recordada sobre todo por su afinidad con Dulcinea en la novela de Cervantes. Nos imaginamos a Lovecraft relacionando a esta Casilda de origen mahometano con el reino negro Micomicón e incluso con los “olvidados cronicones” mencionados por Pérez Bonalde en su traducción de los versos de “El cuervo” de Poe.

Basándose en el poema en prosa “Silencio” de Poe, Bierce en su cuento “Un habitante de Carcosa” se refiere al “cementerio de una raza prehistórica de hombres cuyos nombres se han extinguido” y encuentra una lápida con las fechas de su nacimiento y de su muerte. Como en el sueño de “Visiones de la noche” (un ensayo de Bierce), el autor se encuentra consigo mismo muerto, “vestigio de una raza desvanecida”. En “Visiones de la noche”, después de saber de la muerte de Dios e incluso de la muerte de ángeles y demonios, el autor se ve a sí mismo muerto. El bien y el mal han muerto, en ese caos, basado en el sueño de Jean Paul en que Dios ha muerto. Esta protesta cristiana de Jean Paul, cuento de horror en que Dios ha abandonado a los humanos, se vuelve para Nietzsche motivo de felicidad, pues el Dios que según él ha muerto es el de Anaxágoras, Pericles, Sócrates y Cristo. Pero Jean Paul se refiere a un Dios que ha abandonado a sus hijos al ser amigo de inquisidores crueles, y es un cristiano lamentándose, no un anti-cristiano. Al final del sueño, queda la Naturaleza (esperando a un Dios transformado, como en el ritual dionisiaco.) En cambio, en Nietzsche no queda ninguna Naturaleza esperando a ningún Dios. En su ensayo de Bierce sobre visiones nocturnas aparecen Aldebarán y las Híadas, que van a dar a la literatura de Chambers, y el narrador de “El signo amarillo” se ve a sí mismo en un ataúd, imagen que influye sobre Kubin –que se dibuja a sí mismo muerto– y sobre los Beatles, que asisten al funeral de los Beatles en Sgt. Pepper’s. Chambers le añade “estrellas negras” a la ciudad Carcosa de Bierce para aludir al opio, al sol negro, ya que el cuento de Bierce se basa en “Silencio” de Poe, poema en prosa inspirado por el opio. El lince de “Silencio” reaparece en “Un habitante de Carcosa”, y hay aullidos de lobos al final. También reaparecen la roca y la inscripción, que ya no dice SILENCIO sino las fechas de nacimiento y muerte del narrador.

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La muerte de Bierce se basa un poco en la de Martí, autor revolucionario inspirado, al final de su vida, por el culto a los héroes del reaccionario Carlyle (“para cantar al guerrero heroico hay que ser guerrero heroico también”, ya que es propio del gran hombre ser “todo tipo de hombre”.) Bierce, como Martí, es quijotesco al irse a la guerra. El autor americano y el cubano son parecidos en sus muertes y en sus vidas literarias, al ser raros, y por eso Chambers une las estrellas negras y el rey de amarillo de Martí con las Híadas, Aldebarán y Carcosa de Bierce.

Artemidoro de Éfeso en su Onirocritia afirma que “el que se sueña muerto tendrá grandes oportunidades de casarse, y el enfermo que asista a sus propias nupcias recibirá así advertencia de su muerte próxima”. Jenofonte de Éfeso incluye la frase “el tálamo será la tumba” en su novela Habrócomes y Antía, publicada en el siglo II de nuestra era, como la Onirocritia de Artemidoro. Los dos autores griegos anticipan a Baudelaire al relacionar el amor con la muerte, y a Joyce que en la noche de Ulises hace aparecer con velo de novia al cadáver de la madre de Stephen. La forma dramática que Joyce ha elegido para describir la noche nos recuerda a Góngora y a su noción del sueño como autor de representaciones en su teatro “sobre el viento armado”.

Artemidoro de Éfeso

Artemidoro de Éfeso

La Farsa infantil de la cabeza del dragón, de Valle Inclán, se inicia en “un castillo muy torreado, como aquellos de las aventuras de Orlando”. El rey Micomicón dará la mano de su hija al que consiga matar a un dragón que amenaza la vida de la princesa, llamada la Infantina. Según un ventero, el dragón es “invencible, y salir a pelear con él, la mayor locura”. El bufón se niega a hacerlo, diciendo que una cosa es decir locuras y otra hacerlas. El bufón se pregunta si un perro ha sido hombre y si todos los hombres han sido perros. Recordamos la novela Flush de Virginia Woolf. El bufón se pregunta de qué sirven los viejos y se refiere a “una ley para que los automóviles los aplasten”. Ante los cascabeles del bufón, viene a la memoria el título de Hoyos y Vinent, Los cascabeles de Madama Locura (1916). El rey Micomicón es un gigante de pelo largo y barba y el dragón es una mezcla de serpiente y caballo, con alas de murciélago. El príncipe Verdemar lo mata. Un duende que salta como rana o sapo (recuerdo de «Hop-Frog» de Poe) le da unos chapines lujosos a la princesa, que se une con el príncipe. Hay en esta farsa evocaciones de Orlando y del reino de negros, el Micomicón, imaginado por Cervantes. En la farsa de Valle Inclán, el bufón afirma que “se puede ambicionar ser rey del tabaco, del cacao, del azúcar y de los rábanos”, pero ambicionar ser rey del Estado de Micomicón es una locura. Los príncipes que juegan a la pelota al comienzo de la farsa, después de la mención de Orlando, anticipan el comienzo de la novela de Woolf Orlando, en que una cabeza es usada como pelota. Al comienzo del filme Tobby Dammit de Fellini, acerca de la locura, hay una pelota que se convierte en una cabeza al final. Casilda, la locura y el Micomicón son los principales elementos del Quijote que persisten en los escritores de los siglos XIX y XX.

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La farsa infantil de Valle Inclán, que forma parte de un tablado de marionetas, está emparentada con La princesa sin corazón, obra teatral de hadas de Benavente, y con La princesa juega de Marquina, obras en que vuelven experiencias artísticas infantiles, con una poesía que agrada a los jóvenes y a los adultos.

El rey y la máscara, temas de Stella y de Schwob, reaparecen en El rey de amarillo de Chambers y en “El rey de la máscara” de Valle Inclán, cuento de espantos en que un cadáver enmascarado nos lleva a los argumentos de Jean Lorrain y de Poe.

Los cascabeles de la locura nos recuerdan un poema en prosa de Horacio Quiroga, poema de extraño título: “…Y que Arquímides muriera midiendo el ángulo facial de una reina destronada”. En este texto pre-surreal, de un libro de 1901, Quiroga se refiere a una tarde “de severas melancolías” y a una mujer “muerta de amor”. Él es rey y ella es reina en un castillo lúgubre. El viento lleva el lamento de él, que está sentado “a la hora de la locura de los reyes – en un escabel de bufón” (“escabel” es un asiento sin respaldo). Quiroga recibe la inspiración de Lugones: “El agrio cascabel de la locura / martiriza cerebros que son limbos”. Recordamos Los limbos, primer título de Las flores del mal de Baudelaire. En “Los cerebros que son limbos” (del poema “Rosas del Calvario”) flotan “las formas del ensueño: – geometrías, vampiros, – blasfemias, – ninfeas, llagas, gritos” (nótese las geometrías como motivo de horror). Y prosigue Lugones: “restricciones ilógicas de cejas, – elipsis fugitivas, estrabismos, – garras, linternas, partos, agonías” (nótese lo iniciático de nacimiento y muerte). Luego dice el poeta: “cuerpos trenzados en monstruoso idilio – más triste que las uñas en las hienas – que las calladas series de guarismos, – i que la decadencia de los faunos, – i que los indomables apetitos – que roe con intensa mordedura – la flamígera brasa del castigo”. Lugones menciona luego a la estrella Aldebarán, “enrojecida – como un ojo ebrio de mirar asiduo”. Lugones recuerda el idilio monstruoso de Pan en las selvas primitivas, al que alude Darío en Azul… Lugones muestra afinidad con Chambers al aludir a Aldebarán y con Machen al aludir a la decadencia de los faunos. Cuando dice “más triste que las uñas en las hienas” transforma las comparaciones de Lautréamont, los “bellos como”, y así Lovecraft después transforma los pulpos alados del poeta loco. Ve Lugones dientes blancos que rechinan junto a Dios y oye ladridos de mastines lúgubres en el viento, “ladridos agudos como triángulos”. En el cuento lovecraftiano de Belknap Long, “Los perros de Tíndalos”, el mal adopta formas angulares y el bien formas curvas. Los bufones, llamados locos, usaban gorros con cascabeles y hacían reír para comer, como dice Poe en “Hop-Frog”. Hoyos y Vinent alude entre líneas a este personaje con su título Los cascabeles de Madama Locura. En el soneto “Con fútil elegancia”, Quiroga vuelve metáfora la experiencia real cuando dice que ha sonado, “en el borde estridente” de su copa, “desde el vértigo azul de una galopa”, el “sordo cascabel” de su locura. Podemos ver que lo estridente surge en el seno mismo de la literatura modernista, en medio de la poesía de la sombra y el silencio, anunciado por un clarín que aúlla “estridencias de cobre” en “La vendimia de sangre” de Lugones, y por la sinestesia en el soneto de Quiroga.

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La sinestesia, las visiones, la locura y los objetos de oro deslumbran en el primer libro de versos libres en español, con motivos del rey loco de Baviera: En la plenitud de los éxtasis de Becú, que incluye una cita de Lautréamont. En Los raros –libro elogiado por Becú en una carta– Darío escribe sobre Los cantos de Maldoror: “un libro en que se oyen a un tiempo mismo los gemidos del dolor y los siniestros cascabeles de la locura”. Lugones en la época de las “estridencias de cobre” repudia a la locura del oro, al criticar el mercantilismo burgués, influyendo sobre Borges, que titula un libro primerizo Los ritmos rojos, título que no sólo es socialista: también es sinestésico.

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Concluirá…

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Imagen de cabecera: «The King in Yellow» de Santiago Caruso.

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EGPenEmiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).