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EL REY DE AMARILLO

III

Emiliano González

Primera parte

Segunda parte

 

La leyenda del rey Midas, que convertía en oro todo lo que tocaba, influye sobre Darío y Chambers. Este último escribe un cuento sobre petrificación, “La máscara”, y un fragmento en que el rey de amarillo toca unos cerrojos y éstos se pudren al contacto con un Midas muy diferente, que provoca una alquimia al revés: la piedra filosofal se vuelve putrefacción. Para Darío, en “La canción del oro”, el oro material puede volverse alquímico cuando es bien empleado, pero también puede ser burgués: el oro aparece ambivalente y maniqueo.

En el libro Azul… (1890) de Darío hay cuentos de misterio y terror, imperceptibles para algunos críticos, ciegos ante lo macabro de “El pájaro azul” o lo fantástico de “La muerte de la emperatriz de la China”. En este último cuento, el escultor Recaredo tiene un taller que es “un pueblo de estatuas silenciosas, animales de metal, gárgolas terroríficas, grifos de largas colas vegetales, creaciones góticas quizás inspiradas por el ocultismo”, acompañado de japonerías y chinerías, “los cuchillos, las pipas, las máscaras feas y misteriosas como las caras de los sueños hípnicos, los mandarinitos enanos con panzas de cucurbitáceos y ojos circunflejos, los monstruos de grandes bocas de batracios, abiertas y dentadas, y diminutos soldados de Tartaria, con faces foscas”. Y la reina de estos monstruos es la emperatriz, un busto de porcelana en el centro de un gabinete minúsculo en que predomina la nota amarilla (oro, fuego, ocre de oriente, hoja de otoño). El busto de porcelana es un regalo que le ha sido enviado por su amigo Robert. La emperatriz es adorada por el escultor Recaredo, pero su mujer Suzette (que odia su “casa de brujo” porque lo roba a sus caricias) destruye a la emperatriz y recupera la salud perdida, mientras ríe el mirlo que había entristecido. El espíritu maligno que animaba al objeto desaparece, como una maldición anulada gracias a un exorcismo. El cuento seguramente influye sobre Robert W. Chambers, que también se refiere a un objeto raro en su cuento “El signo amarillo” (cuento en que hay una variación de un poema de Darío).

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En “La muerte de la emperatriz de la China” es mencionada Ayesha, la heroína de la novela Ella de Haggard, y en “La canción del oro” el oro es “rey del mundo” y “amarillo como la muerte”. Cuando aparece la novela Ayesha de Haggard, en 1905, su autor alude en ella al “rey de amarillo”, el oro, cosa que no había ocurrido antes: en Ella (sobre Ayesha) no hay tal metáfora, usada por Darío en 1888 y por Chambers en 1895. El animismo perverso del objeto es símbolo del arte sustituyendo a la vida, no acompañándola, en “La muerte de la emperatriz de la China”.

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En “La ninfa”, Darío es precursor de Machen y de Lovecraft, pues alude a los faunos y a “la araña Kraken que vive en el fondo de los mares”. Esta última alusión es significativa, pues relaciona al pulpo con la araña y anticipa el cuento “El dios-monstruo de Mamurth” (1926) de Edmond Hamilton y la novela Los mineros de abajo (1974) de Brian Lumley. Aunque al final da una explicación racional de la ninfa, el cuento de Darío es misterioso y erótico. En el cuento sobre la emperatriz, los enanos orientales anticipan a Machen, y los monstruos con bocas de batracios, a Lovecraft. La arquitectura infernal soñada en “Sueño de misterio” se adelanta a la ciudad de R’lyeh. En la zoología fantástica de “La ninfa”, Darío se adelanta a Lugones y a Borges. El estilo de Darío, natural y artificial, espontáneo y planeado, es el equivalente literario del art-nouveau gráfico, imitativo e inventivo. Los ojos físicos que al leer oyen los sonidos se vuelven los ojos mentales que perciben claramente la situación y el movimiento de los personajes en escenarios o paisajes, gracias a un estilo que estimula la imaginación, metafórico y barroco pero transparente y libre. La ninfa Eco dice en un epigrama del latino Ausonio: “…si deseas pintarme tal como soy, pinta el sonido”. Y eso es lo que hace Darío. La sinestesia juega un papel esencial en su obra.

Como la ninfa, el hada es importante como estímulo para los poetas. Nodier, en su ensayo “De lo fantástico en la literatura” (1830) dice que “han sido las hadas las que han alimentado a Ludovico Ariosto con una ambrosía muy embriagadora y las que dotaron a sus escritos con la seducción irresistible de sus encantamientos”.

Opuesto a la ninfa irisada Aretusa y a la dríada verde del hashish, el Sr. Aretal del modernista Arévalo Martínez se basa en la sátira de Artus, La isla de los hermafroditas (1924), en que Heliogábalo es un caballo que reina entre asnos.

El espíritu del lugar (genius loci) es importante en el cuento “La muñeca” de Vernon Lee, publicado en un libro de 1927. El cuento se basa en “La muerte de la emperatriz de la China”: una mujer, a la que han ofrecido unos platos chinos, descubre una muñeca que encarna al espíritu de la modelo que la inspiró. El cuento termina con el fuego y los chisporroteos de una rama de laurel –que son signos de buen augurio en la antigua dafnomancia– y de una rama de mirto, después de los cuales arde la muñeca, dejando como recuerdo un anillo nupcial. Vernon Lee, con su raro matrimonio, sus relaciones platónicas con mujeres  y sus estudios decadentes constituye un ejemplo memorable de excentricidad inglesa, resultado de su propio carácter, pero también del represivo puritanismo victoriano. La antigua dafnomancia se ve modernizada y convertida en intuición en mi fragmento “Episodios de la vida del Marqués Invisible”, texto premonitorio, pues sus elementos aparecían después en libros de varios autores y autoras, entre ellos Vernon Lee. En un cuento de ella, “El príncipe Alberico y la mujer serpiente”, reaparecen Dafne, el zoológico de piedra, el marqués y lo invisible, de mi fragmento de 1970. En el cuento de Vernon Lee, la serpiente decapitada finaliza la situación pesadillesca, recordándonos a la Medusa eleusina, de cuya sangre surge el pegaso, que une tierra y cielo, cuerpo y mente.

Androginia y monstruosidad se unen también, en el “Banquete” de Platón y en el cuento de horror “La voz maligna” de Vernon Lee, comparable con ciertas narraciones espantosas del decadentismo.

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En El rey de amarillo, de Chambers, las estrellas negras y la Dinastía Imperial de América son recuerdos de la piedra negra y la dinastía futura de Heliogábalo de La agonía (1888) de Jean Lombard, novela que nos presenta a “Heliogábalo, el cual, tumbado en una cama que sostenían columnas de oro, aparecía con almohadones amarillos en los pies, telas amarillas en la cintura, bermejo el rostro a causa de los reflejos del color amarillo que en todas partes se encontraba, desde el suelo enarenado de oro hasta el techo, inundado de oro también”. La piedra negra, cónica y fálica, es un símbolo de la vida y su principio, del sol fecundador, “haciendo crecer los gérmenes y esparciéndolos a través de la atmósfera, y caracterizado por el falo”. Según Heliogábalo, de la victoria de la piedra nacerá el Andrógino, “el ser que se basta a sí mismo al contener los dos sexos” y que establece la unidad de la vida allí donde la dualidad es patente. La principal revelación de la novela es la piedra negra que “en adelante y para siempre” va a sustituir, “con su materialismo simbólico, a los antropomorfoseados dioses de occidente”, provocando “la revolución sexual del mundo romano”, y esterilizando separadamente los sexos, haciendo nacer “por fin al Uno, al Eterno, al Hombre-Mujer con dos caras, cuatro pies y cuatro manos”, en mutación biológica… uniendo gracia, fuerza, intuición y suprema inteligencia. El Andrógino, ese ser superior aparecido con los dos sexos en los albores de la civilización, es el ideal de Heliogábalo, “el jefe de la resplandeciente dinastía futura de Emperadores de la Piedra Negra”, un dios “no imponderablemente ideal sino vivo”. Y en verdad que quiere ser “adorado como el dios vivo del sol”.

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El rey de amarillo dice cuando la protagonista de un cuento de Chambers se encuentra a punto de caer en las profundidades: “¡Es horrible caer en las manos del Dios Vivo!” En “El reparador de reputaciones” de Chambers, los ojos de Mr. Wilde brillan “como dos esmeraldas”. Esta metáfora y la mención de la Máscara pálida nos recuerdan a Jean Lorrain, que en su novela Monsieur de Phocàs compara ojos con esmeraldas y describe máscaras misteriosas.

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Como el mundo ante el Andrógino en la novela de Lombard, en el cuento de Chambers “la ciudad, el estado, la tierra entera, estaban a punto de levantarse y temblar ante la Máscara Pálida”. Lombard, al referirse a la piedra negra como símbolo del sol, alude indirectamente al “sol negro de la melancolía” (el opio según Nerval.) Influido por Poe, que se refiere a una piedra gris en su poema en prosa “Silencio” (basado en el opio) y en que en “El homo-camelopardo” describe la locura de Antiocus Epifanes (una especie de Heliogábalo antisemita, que deforma el deporte). Jean Lorrain escribe su novela, publicada en 1888. Darío, que influye sobre Chambers con su oro, “rey del mundo” y “amarillo como la muerte”, se refiere a Heliogábalo en las “Palabras liminares” de Prosas profanas, libro publicado un año después del de Chambers. Robert E. Howard escribe un cuento sobre una piedra negra que provoca pesadillas. En el cuento “El segundo deseo” de Brian Lumley, los horrores de la piedra negra son contrastados con el erotismo de una Casilda gitana.

Continuará…

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Imagen de cabecera: «The King in Yellow» de Patrick Dean.

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EGPenEmiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).