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ADELA FERNÁNDEZ

invocación de las duermevelas

 

Alejandra Rodríguez Montelongo

 

Un grupo de mujeres se reúnen alrededor del fuego, hablan en diversos idiomas, hilan susurros al baile de llamas y sombras. Narran historias de tiempos antiguos, de pueblos lejanos. Una niña, recostada en las piernas de las mujeres, intenta permanecer despierta, entrecierra los ojos mezclando en su mundo onírico las voces.  “A la niña ya la atrapó otra duermevela y cuando despierte se soltará a contarnos historias insensatas y sin juicio”, susurra alguien sin saber que, años después, aquella niña encerraría aquel cúmulo de duermevelas en cuentos siniestros.

Una escritora que durante años permaneció en el olvido y hoy en día es necesario releer y comentar es Adela Fernández y Fernández (1942-2013), autora de los libros El perro o el hábito por la rosa (1975), Duermevelas (1986) y El vago espinazo de la noche (1996), entre otros. Al igual que Emiliano González, Francisco Tario o Josefina Vicens, Adela Fernández ha permanecido como una autora de culto y ha sido leída bajo un halo de clandestinidad o secretismo. La mayoría de sus lectores han surgido a partir de la recomendación de boca en boca y hasta hace poco sus obras eran difíciles de conseguir.

Las primeras ediciones de sus tres libros de cuentos, además de haber tenido tirajes reducidos, estuvieron bajo el cuidado de editoriales pequeñas que no tardaron en desaparecer. Por ello, durante años, sus lectores no tenían más opción que buscar su obra en librerías de viejo o irse robando los ejemplares de un lector a otro. Por fortuna, a inicios del 2023, el Fondo de Cultura Económica publicó Cuentos reunidos, en el que se encuentran tanto los textos publicados en Duermevelas como en Vago espinazo de la noche.

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Esta reedición era justa y necesaria, pues la escritura de Adela es un pilar invaluable dentro de las literaturas de irrealidad: su narrativa oscila entre lo maravilloso y lo fantástico, llegando, inclusive, a ser identificada en muchas ocasiones con el realismo mágico y la literatura de lo insólito. Este vaivén entre los géneros se debe al tratamiento especial que la autora hace de lo sobrenatural.

Adela juega con “lo maravilloso” de la idiosincrasia mexicana, plasmando un mundo en el que la magia y el milagro no parecen escandalizar en un inicio a sus personajes. Al contrario, los protagonistas cohabitan con lo extraño hasta que la situación se vuelve insoportable y algo se rompe. Sin embargo, es interesante notar que el punto de quiebre por lo general viene originado por la acción de los otros, la violencia, el aislamiento, la marginación.

De hecho, la autora misma lo confiesa en diversos paratextos. Ella no teme a los demonios ni espectros, sino al ser humano y sus delirios. Y es justo esto lo que refleja en sus cuentos, las oscuras relaciones y la conducta con sus complicaciones. Lo siniestro se despliega en su obra mostrando lo perverso en la psique. Sus personajes habitan en los límites, son entes segregados: mujeres, locos, enfermos, prostitutas, desadaptados, madres, hijos abandonados, alcohólicos o drogadictos, niños con auras misteriosas, infantes capaces de realizar pactos demoniacos, sujetos inmersos en la otredad…

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Adela Fernández (1942-2013)

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Entre los cuentos de Duermevelas y Vago espinazo de la noche los milagros existen sólo para transformarse en maldición y lo divino puede llegar a ser tan avallazador que su presencia se torna terrorífica. Los protagonistas avanzan entre la dualidad del bien y el mal, la inocencia y la perversidad, lo humano y lo bestial, lo hogareño y lo amenazante, lo sagrado y lo siniestro. Ejemplo de ello son la mayoría de las relaciones familiares plasmadas bajo una mirada ambivalente y cuestionadora.

Los personajes infantiles buscan vengarse de la violencia en que viven, ansían el encuentro erótico con la madre, cargan consigo sombras temibles o se convierten en una amenaza para quienes les rodean. Las figuras maternas no son aquí amorosas, sino punitivas o distantes. A su vez, la maternidad se presenta pesadillezca o delirante para la mujer. El padre aparece representado en la mayoría de los casos como una figura autoritaria o violenta. Sólo en el cuento “Una distinta geometría del sentimiento” vemos una familia feliz y “perfectamente normal”, aunque dichas características no sean más que la máscara tras la que se ocultan sus filias y perversiones. Las relaciones familiares se encuentran por lo general fracturadas, son una herida abierta, un juego de poder, una presencia cariñosa pero castrante, un mecanismo de expiación.

Resulta llamativo el hecho de que, a pesar de tocar temas de una crudeza dolorosa, la escritora muchas veces guía la narrativa con un tono cargado de humor negro, cinismo e ironía. La risa se vuelve por momentos una defensa contra el horror. No obstante, al final de los relatos, los hechos nos demuestran que ésta es una defensa insuficiente contra la realidad.

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La voz de la autora, además de poseer este característico tono de humor, es directa y cercana a la oralidad. Cada cuento posee un estilo en apariencia sencillo, casi anecdótico y sin digresiones complicadas. Justo en esa simpleza se encuentra la belleza de la escritura de Fernández, quien no necesita recurrir a florituras o estructuras complejas para lograr que sus cuentos se conviertan en sofocación repentina o golpe directo a la nuca. Esta similitud con la oralidad tal vez provenga de aquellos primeros momentos de la infancia en que, alrededor de una fogata, escuchaba historias de boca de los indígenas que trabajaban en la casa de su padre, El Indio Fernández.

De alguna manera, la vida de Adela se asemeja a la de sus personajes. Al ser hija del famoso cineasta, creció en la dualidad de una vida inmersa en luminarias y reflectores del Cine de Oro Mexicano, rodeada de divas y musas por una parte y por otra, en la penumbra de una casona cuasi laberíntica donde vivía enclaustrada debido a los celos y sobreprotección del padre y a la ausencia de su madre.

Ahí, en la Casa Fortaleza del Indio Fernández, Adela, durante su infancia, amparada por esa oscuridad y silencio, encontró refugio en su imaginación y en las leyendas contadas bajo la tenue luz del fuego. Más tarde, la presencia de Juan Rulfo y José Revueltas, amigos de su padre, la inspirarían a escribir aquellas historias repletas de claroscuros y ubicadas por lo general en entornos rurales.

(Como pequeño paréntesis, es interesante saber que la máquina de escribir de Juan Rulfo aún se encuentra en la Casa Fortaleza del Indio Fernández, ubicada en Coyoacán, Ciudad de México. Cabría preguntarnos si acaso las infantiles manos de Adela llegaron a teclear sus primeras historias ahí.)

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Después, en la adolescencia y con tan sólo quince años, Adela huyó de la casa paterna debido a los celos excesivos de El Indio Fernández, refugiándose con Chavela Vargas y los artistas surrealistas (Leonora Carrington, Remedios Varo, los Duchamp, Marysole Wörner Baz y José Horna, entre otros) con quienes, nuevamente a la luz de las velas y bajo un ambiente esotérico y mágico, realizaba interpretaciones de los sueños, juegos literarios surrealistas, escritura automática y sesiones de espiritismo e hipnosis.

Esta serie de ejercicios la llevaron, como ella mencionaba, a explorar las cavernas del subconsciente y a considerar desde entonces la literatura como una forma de la realidad y a sus cuentos como un sueño fragmentado que ha escapado del mundo onírico para instalarse en lo cotidiano afectando la emoción y la reflexión.

El nomadismo desde temprana edad, la ausencia de su madre, la sobre protección y rigidez del padre, la soledad del enclaustramiento, las leyendas rurales contadas por los trabajadores venidos de diferentes pueblos de México, la presencia de artistas nacionales y extranjeros, las historias sobre castigos divinos, las sesiones espiritistas y juegos surrealistas anidaron en la mente de Adela Fernández, dando origen a sus cuentos, cuentos que excavan en lo perverso e inconsciente del ser humano, en sus delirios y melancolía; relatos inmersos en sombras de fuego, tejidos con voces antiguas; historias que habitan en el límite de lo insólito y lo real.

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AQUÍ puedes conseguir Cuentos reunidos.

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Alejandra Rodríguez Montelongo

Zacatecas (1993).

Psicóloga y maestra en Literatura Hispanoamericana.

Suele conjurar lo fantástico y lo siniestro escondido en la tinta de las escritoras.

Es autora del libro de cuentos Canto de enredaderas (2021).

Ha sido becaria del PECDA y fue reconocida en 2021 con el Premio Estatal de la Juventud (Zacatecas) en la categoría de Literatura.

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