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AÑORANZA DE DRAGONES

 

Alicia M. Mares

 

“Entonces al niño le fue definida y entregada su importante misión: desde ese momento, sería el responsable de criar dragones que pudieran volar más allá del Reino de las Historias. Como no podrían sobrevivir en aquellas tierras salvajes bajo sus formas físicas, tendrían que transformarse en personajes de las narraciones que allí se contaran. Esa sería la única forma en que esos lejanos humanos podrían conocer dragones, insistió Aquel: a través de los cuentos, los mitos o las historias de fantasía.”

 

El pastor de dragones y el escritor viajero

Este es el título del último cuento de El idioma de los dragones (Trazos de Aves, 2023), cuya premisa recupera el misterio, la maravilla y el amor a la fantasía inherente a los cuentos de hadas. Y sí. Toca analizar la figura de un dragón en esta columna, otra vez. Los dragones son inacabables: la autora, Paula Rivera Donoso, lo sabe muy bien.

Primero, conocemos al niño pastor de dragones, que vive en Fabularia, el universo que comparten los cuatro relatos de este libro.

“Que los dragones se volvieran adultos significaba que debían abandonar sus cuidados, el valle y aun el propio Reino de las Historias. Era lo que debía pasar, formaba parte de su destino, pero esa certeza no aliviaba el dolor del niño. Después de todo, no estaba en su propio destino volver a verlos en esas tierras; cualquier reencuentro tendría que darse en los reinos más allá de los océanos, allí donde tanto fabulantes como humanos comunes iban cuando era su hora y de donde nadie regresaba. Su responsabilidad y sentido de la vida estaban ahí, en su valle, como pastor y cuidador de dragones.”

Y si bien la primera mitad del cuento es fascinante, puesto que es caracterizada por la tierna sabiduría de la pluma de Rivera, y aparte ahonda en el enigma indeleble de estas criaturas —en la labor sagrada del pastorcito de cuidarlos, verlos salir del huevo, aprender a hablar, comprender la naturaleza del vuelo y partir para nunca más volver—, es en la segunda parte cuando aparece el escritor viajero, símbolo de la humanidad, con quien se contrasta la naturaleza de los dragones.

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Los dragones en las historias humanas

Es vital señalar que los dragones que cuida el pastorcito remontan vuelo y dejan el Reino de las Historias para volverse parte del acervo de historias de la humanidad: «Aun cuando jamás vayan a ver uno con sus propios ojos, ni vayan a oír sus fabulosas voces con sus propios oídos, al menos tienen la capacidad para añorarlos», explicó Aquel.

Sí, parten de un valle físico y se vuelven tinta de un libro, aliento de cuentacuentos.

Y, desafortunadamente, un día llega a Fabularia un escritor viajero, humano que le cuenta al pastorcito de dragones lo que la humanidad ha hecho con ellos en sus historias. Los han vuelto bestias a matar en una gran hazaña, epítome de la maldad, representación de la avaricia y el salvajismo.

Darse cuenta de esto afecta sobremanera al pastorcito, al grado de que el escritor se decide a remediarlo. Este define una misión sagrada, casi a la par que la del pastorcito: reescribir cada una de las historias donde los dragones fueron mancillados, restaurarles su gloria y belleza. Se las contaría al pastorcito, todas y cada una de ellas, quien a cambio se las enseñaría a los dragones, para que estos supieran volar solo a las imaginaciones de aquellos cuentacuentos virtuosos, que apreciaran su naturaleza.

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Paula Rivera Donoso

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El epítome y el contrario del hombre

Esto exige el primer análisis de la naturaleza humano-dragón. Se les ha dibujado como obstáculos sin paragón, bestias a derribar en búsqueda de un gran triunfo. No es coincidencia que representen pecados capitales como gula (devoran ganado y doncellas), avaricia (acumulan tesoros), soberbia (son criaturas orgullosas), ira (arrojan fuego si se ven contrariados), lujuria (secuestran damiselas). Si un hombre ha de coronarse como héroe y volverse leyenda debe vencer al dragón; sobreponerse a sus propios pecados.

Y, sin embargo, en muchas otras historias, los dragones son curiosos y sabios, anhelan entretenerse, sostener conversaciones profundas. Y en otras, los dragones son una bestia más allá de nuestra concepción: fuerzas de la naturaleza, encarnaciones de desastres naturales, criaturas eternas.

Son muy parecidos a los humanos y, al mismo tiempo, no lo son. De allí la precisión de esta cita:

“El niño nunca olvidaría la respuesta de Aquel: «Porque, de todos los habitantes de Fabularia, son los seres más parecidos a los humanos. Todas las virtudes y defectos de estos se expresan en su máximo potencial en los dragones. Es necesario, entonces, que para que un personaje humano pueda crecer y ser digno de pertenecer a una historia, pueda sobreponerse a lo mejor y a lo peor de su naturaleza».”

Es posible que la degradación de los dragones en las historias humanas no sea sino la evidencia de que los propios mortales han perdido fe en sí mismos. No ven en el prójimo ni en el espejo nada excepto la bestialidad y la encarnación draconiana de los pecados humanos en su peor faceta. Y de allí la importancia de la misión del escritor.

La transformación alada

Es en esta dualidad donde radica la belleza del cuento.

Retomemos al escritor viajero. Mientras progresa en su objetivo y más se reparte entre dos mundos, el escritor comienza a sentir una añoranza tremenda. Los dragones siempre se irán de Fabularia, y cuando termine su misión también él deberá volver al mundo mortal y fallecer, sin haberlos visto en carne y hueso nunca.

“Quería conocer dragones reales, amarlos más allá de las sombras de las palabras y de las siluetas de las imágenes. El entusiasmo que le aceleraba el pulso a medida que iba caminando le revelaba que eso era lo que siempre había buscado: dragones. Eso y nada más. El resto, los cuentos de hadas y los poemas medievales que leía, las historias de fantasía que escribía, no habían sido sino una consecuencia de esta necesidad de dragones.”

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Fan art de Jorge Silva

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Y no obstante

No obstante, el Creador (Aquel) tiene algo más planeado para él. Cuando el escritor llega a despedirse del pastorcito, se da cuenta de lo encandilado que está de aquel valle y de los atardeceres y de las alas de cada dragón. Entiende que nunca se sintió realmente parte del mundo humano; que le bastaba con el lenguaje y los recuerdos, con anhelar y seguir anhelando una felicidad y tristeza más grandes que la vida. Y el pastorcito le dice que no se preocupe, que va a poder volar y expulsar fuego.

Así de simple: el viajero se arrodilla y recibe el regalo de su verdadero nombre, o más bien, el de su verdadera forma, obtenida tras una vida virtuosa:

“—Amados dragones, ¡vengan a saludar a su nuevo compañero! Ha nacido del huevo más extraño: el de la cáscara humana.

Los dragones se acercaron ante el recién llegado y lo saludaron con reverencia. Sabían que, a diferencia de ellos, el nuevo dragón no tendría que marcharse jamás de Fabularia.”

No fueron necesarias grandes hazañas, lanzas ensangrentadas, ni princesas regaladas junto con sus correspondientes reinos. Simplemente, serle fiel a sus palabras y a la naturaleza de la magia encarnada, vuelta corpórea en los dragones.

Sería muy sencillo decir que un humano puede volverse inmortal con solo desearlo, con trabajar duro en no mancillar lo sagrado de lo inasible: la magia. Pero el escritor y el misterio de su misión quedan en los lindes de nuestra comprensión. Y aceptarlo con maravilla es el último regalo que depara este cuento.

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AQUÍ puedes saber más del libro y la editorial.

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Alicia Maya Mares (Ciudad de México, 1996)

Graduada del 12º Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra y correctora de estilo en formación. Trabaja como redactora en una agencia digital. Ha publicado en la sección “Piensa Joven” del Heraldo de México, en las revistas Marabunta, Colofón, Origami y Efecto Antabus, y le lee su columna de revista Palabrerías a sus seis gatos. Creció al lado de un árbol de jacaranda.

Twitter: @AliciaSkeltar

Facebook: @AliciaMaresReading

Instagram: @aliciamayamares

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