HACER APARECER AL CONEJO ES MAGIA VERDADERA
Alicia M. Mares
“Pero, ¿qué hacía un mago? […]
—Hace cosas extrañas, embustes y supercherías, y se gana la vida a costa de los viajeros ingenuos y poco inteligentes que se dejan engañar por sus ilusiones.”
Así le explica un padre a su hijo la naturaleza del nuevo vecino en “El hijo del herrero”, cuento que cierra Antaño (Casa Futura, 2023) de Paula Rivera Donoso.
En su inocencia infantil, al niño le parece que el mago tiene un oficio semejante al del panadero o el carpintero, aunque solo un poquito más estrafalario. Al contrario, el resto de la gente del pueblo lo ve como un charlatán. Aunque eso no impide que los niños vayan a visitarlo, en esperanzas de ver qué puede hacer.
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¿El conejo es una ilusión solamente?
“—Eso es imposible —dijo la hija del cazador, sonriendo burlonamente—. Mi padre me dijo que hace décadas que los conejos abandonaron estos pasajes. Ahora solo pueden verse del otro lado de la cordillera.
—¡A la magia nunca le han importado los imposibles de la gente! —respondió el mago—. Ahora, presten atención…”
El mago, fascinado ante su interés e inocencia, decide hacer magia frente a ellos. Mostrando un sombrero vacío y haciendo gestos grandilocuentes, el mago hace un canturreo —que logra estremecer al hijo del herrero, quien siente que ese canto le recordaba algo importante y lejano— y produce un conejo. Tras el asombro y maravilla inicial, los niños se dejan llevar por lo que dicen sus padres: es un mero truco, un simple gesto de aparecer y desaparecer bajo la manga; ese charlatán no puede hacer magia de verdad, sino la pálida recreación de la verdadera creación. Todos terminan yéndose, incrédulos, desdeñosos. Todos menos uno: el hijo del herrero, Emrys, que ese día descubrió que quería convertirse en un mago también.
Pasarían años de negarlo, de querer ser herrero, de superar a su padre y comprobar que había un camino predeterminado para él —un camino que, aun así, no se animaba a tomar— y de visualizar su vida entera, hasta que finalmente convence al mago de contarle su historia. De que le muestre la magia verdadera.
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La magia, la de verdad
Al inicio, el mago solo hace trucos. Barajea cartas y adivina cuál elige el chico, esconde monedas entre los dedos. Al hijo del herrero le decepciona darse cuenta que no es magia, sino una ilusión. No obstante, sigue creyendo. La incógnita del conejo —¿habrá sido real, producido de la nada, o solo oculto en un pliegue de la túnica?— permanece.
Un día, el mago le habla de una creación que hacían los herreros de antaño, semejantes a puñales gigantes. Espadas. Al hijo del herrero le fascina esa connotación, el hecho de que las espadas sea tan míticas y su mera creación haya parido nuevos héroes y caballeros. Y, finalmente, después de que el chico lo increpe sobre el conejo, el mago revela la verdad:
“—Nunca le creíste a ese chico, ¿verdad? Al que dijo que era un engaño, que yo había mantenido oculto al conejo desde el principio. […]
—No me importa si no puede hablarme mucho sobre el conejo de aquella vez —dijo al fin el niño—. Yo creo en él y en usted. Y creo que tal vez forjar una espada y hacer aparecer un conejo son como las otras caras de forjar cucharas y presentar trucos de ingenio.”
Una es apariencia, recreación, ilusión; es banal como una cuchara. La otra magia, la de verdad, es creación pura, extracto de la naturaleza del mundo, aunque sea por un instante nomás. Y es entonces cuando Emrys lo entiende.
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Vidas breves
“Emrys solo lo comprendió cuando una canción se desenrolló en la melodía: porque las palabras parecían hablar de estrellas, oleajes y atardeceres irrecuperables en el remolino de los tiempos.”
El mago canta, cierra los puños. Al abrirlos, el mago le muestra a Emrys una pequeña criatura en la palma de la mano; la única magia original que pudo rescatar del olvido de los tiempos. Es un pequeño dragón, remanente de las criaturas enormes que alguna vez habitaron al mundo en los días antiguos y de las que apenas quedan registros. Poco después, el dragón desaparece.
Emrys comprende que ese fue el mismo destino del conejo: ser conjurado gracias a la magia real, ya vetada y olvidada, y pronto desaparecer. ¿A dónde? ¿Hay un antes y después para las criaturas invocadas por el canto del mago? ¿Temen su extinción? Son todas preguntas muy válidas.
Sin embargo, queda flotando una sola reflexión tras presenciar aquel milagro: hay una diferencia entre los trucos y la magia verdadera. No cabe duda alguna. Y siempre que haya alguien capaz de reconocerlo, de tener esperanza de ver y ejercer esa magia verdadera, esta no estará perdida del todo.
Quizás eso es lo que simboliza el conejo: la representación efímera de una realidad más insondable, magia palpitante que habita nuestro mundo un momento y luego parte. La aparición y desaparición del conejo a partir de la magia verdadera le prueba a la humanidad lo efímero de su naturaleza, y estimula su voluntad por seguir desentrañando sus misterios.
Y, claro, no hay que desestimar la maravillosa ironía de que el típico y cansado truco de magia —hacer aparecer un conejo de un sombrero— sea el único acto de magia verdadera que realiza el penúltimo mago del mundo. Emrys será el último.
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AQUÍ puedes ver el blog de Paula.
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Alicia Maya Mares (Ciudad de México, 1996)
Graduada del 12º Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra y correctora de estilo en formación. Trabaja como redactora en una agencia digital. Ha publicado en la sección “Piensa Joven” del Heraldo de México, en las revistas Marabunta, Colofón, Origami y Efecto Antabus, y le lee su columna de revista Palabrerías a sus seis gatos. Creció al lado de un árbol de jacaranda.
Twitter: @AliciaSkeltar
Facebook: @AliciaMaresReading
Instagram: @aliciamayamares
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