EL DESIERTO LIMINAL
Y LAS CONSECUENCIAS DE LA EXPERIMENTACIÓN MENTAL
I
La mujer perro
Considero que dentro del género de terror el desierto ha sido uno de los escenarios más productivos, a pesar de que —o precisamente por que— parece no haber nada. Para mí, el desierto es uno de los lugares más sublimes que puede haber. Y, ciertamente, uno de los más perturbadores.
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Pareciera no tener fin, conjuntar patrones que se repiten al punto de dar una sensación de encierro; de pronto te asalta el pensamiento de qué pasaría si por azares del destino te quedas ahí varada sin recursos, sin batería, señal o sin saber qué hacer. Y volteas así nomás para checar que las colinas no tengan ojos. Esta es la sensación que Catriona Ward quería transmitir en su novela Sundial.
Para no perder la bonita costumbre te hablaré de perros, ya que la novela lo amerita. Pero también me adentraré un poco en las investigaciones ligadas a la novela para darte otra recomendación poco usual en una segunda parte de esta entrega.
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I’ve been through the desert with a dog with no name
¿De dónde vino la inspiración para escribir Sundial? Pues te cuento, fue en un viaje al desierto de Mojave, en California, cuando Catriona encontró un artículo de The Black Vault, un sitio en línea que contiene uno de los mayores repositorios de documentos desclasificados de la CIA y el FBI.
Lo que descubrió fue el reporte final del programa de investigación “Remote Control of Behavior with Rewarding Electrical Stimulation of the Brain”, realizado del 1 de julio de 1962 al 30 de septiembre de 1965.
El objetivo del programa fue controlar el comportamiento de un perro en un campo abierto estimulando su cerebro por control remoto. Esto lo hicieron insertando un electrodo en el cerebro que proporcionara efectos de recompensa fiables mediante un estimulador portátil que se colocaba en el arnés.
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El procedimiento tuvo varios intentos fallidos que ocasionaron infecciones en los animales por falta de cicatrización de las heridas quirúrgicas y probablemente su muerte. La CIA enuncia dentro de sus resultados “satisfactorios” a seis perros (aunque después se mencionan otros dos que no se sabe si están incluidos en esa cuenta o son independientes).
Los perros se movían a control remoto iniciando el trayecto en la dirección en la que estaba orientada su cabeza, siguiendo patrones establecidos por los tipos que los torturaban. Si estos últimos terminaban la estimulación, los perros comenzaban a moverse en pequeños círculos.
Dos de los perros implantados fueron privados de comida y se redujeron lentamente al 80% de su peso libre de alimentación. A través de circuitos de control ubicados en el laboratorio y un interruptor en la mano del torturador se les entrenó para correr hacia una caja al sonido de un tono con el fin de obtener alimento.
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Catriona dice que en realidad este estudio fue terrible y ni siquiera tuvo una utilidad práctica. Pero los investigadores la calificaron como un éxito cuya aplicabilidad fue que un perro podía ser utilizado como portador de municiones y mensajes en terrenos demasiado peligrosos o inaccesibles para los humanos, o como misil guiado, o llevando dispositivos sensores para detectar la radiación o agentes químicos en concentraciones dañinas para los soldados, evaluando un terreno antes de su ocupación, localizando y señalando tropas enemigas y todo tipo de cosas ligadas a la guerra.
¡Ah, sí! Fueron lo suficientemente gentiles para avisar que algunas de las aplicaciones que se hicieran de los perros implicaban la destrucción del animal y todas corrían el riesgo de perderlos.
¿Crees que esto es horrible? Espérate a leer la novela. Antes de empezar a escribir, Catriona ya sabía que quería hablar de las relaciones familiares, pero la dolorosa historia de los perros por control remoto fue su revelación en el desierto, en sus palabras: “la llave que abría la puerta de Sundial”.
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Ella menciona que el cuartel donde se hicieron los experimentos estaba en Langenly, Virgina. Sin embargo, los documentos mencionan que fue en un edificio de investigación de la Universidad de Maryland que permitía la realización privada de los trabajos de campo.
Sea como fuere, “la ficción debe tener más sentido que la vida”, así que situó su historia en el desierto, un lugar que para ella “tiene un efecto visceral en [las personas], es ruidoso, más ruidoso de lo que esperas […] se ve como libertad, pero qué tal si en realidad es una jaula, porque no te puedes alejar tanto, te arrastra de vuelta … […] para ser un lugar tan muerto, parece vivo.”
Pero claro, en cuanto al terror se refiere, más que vivo, el desierto es un lugar habitado.
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La familia
Una vez establecida la atmósfera desértica y animal de Sundial, el trasfondo de la novela desgarra la estructura orgánica, visceral y cárnica de lo que somos. Pues como bien dice la autora: “no puedes escapar de lo que hay en tu sangre”. Sundial habla sobre la familia.
De padre idealista y economista del agua, en un intento por arreglar el mundo llevó a su familia consigo, y en consecuencia Catriona creció en Kenya, Madagascar, Yemen y Marruecos. Estudió en dos universidades de Inglaterra (Oxford y East Anglia), trabajó en Nueva York y ahora vive en Devon, Inglaterra.
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Aún hoy en día en sus entrevistas se puede notar que los estragos de su vida nómada la persiguen. En un contexto así es difícil entablar relaciones sentimentales de cualquier tipo; aunque la autora da respuestas bastante interesantes, se nota que le cuesta trabajo socializar. Mira a la cámara, sonríe y comienza a hablar sobre su infancia.
Recuerda a su hermana con cariño: “éramos el mundo emocional de la otra”. Sundial es hasta ahora su libro más personal. Sin querer replicó esta cercanía de la hermandad en un espacio donde no había nada ni hay nadie —por lo menos que valiera la pena— más.
Pero ese es sólo un pequeño guiño a su infancia, la novela no sólo relata la relación entre dos hermanas. Al comienzo del libro conocemos a Rob y desde ahí todo va en picada, porque, aunque te den hueva los dramas sentimentales, te juro que la autora logra que empatices con el personaje y su situación matrimonial y familiar, pues no sólo tiene problemas con su marido.
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Rob es madre de dos hijas, y ya sabes que, aunque las mamás te juran y perjuran que no tienen preferidos, en el fondo de tu corazón tú sabes la verdad. Rob te cuenta todo lo que le molesta de su hija mayor, Callie, que no come más que pura cochinada solapada por su padre, a quien Callie prefiere por encima de su madre. Contrario a su hija menor, Annie, una niña menudita, monísima y enfermiza que le hace caso en todo. Pues nada, Rob la adora con locura.
Hasta que se empieza a poner ruda la cosa. Rob descubre comportamientos alarmantes en Callie, mismos que se potencian en un momento en el que por más que quiere no logra entablar una relación con su hija, no le cae bien y confiesa que tiene que hacer un esfuerzo inmenso para quererla. Entonces decide llevarla al lugar en donde creció, Sundial. Y ¡zaz!, empiezan a salir todas las verdades más desgarradoras que te puedes imaginar.
Doña Cat insiste en que la familia puede llegar a afectarte de maneras que nadie más puede llegar a hacerlo, y en este sentido tú comienzas a desarrollar cierto tipo de sentimientos negativos. Muchas cosas son movidas en la obra por este último punto.
Me jacto de tener un estómago fuerte cuando de terror se trata, pero Sundial me partió.
Y si esto no ha sido suficiente para que te adentres al libro, entonces déjame decirte que es una de las recomendaciones de Don Estéfano Rey —Stephen King—, quien en 2022 tuiteó: “NO SE PIERDAN ESTE LIBRO”.
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Aquí termina la primera parte de esta columna. En la siguiente entrega espera un atisbo al proyecto MK Ultra y la filosofía del Unabomber.
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Soy la mujer perro.
Me encantan las historias de terror, el anime, los taquitos y el rámen.
Me gusta bordar. Vivo alejada de la gente, convivo más con animales, pero siempre buscando conectar con mis colegas.
Escribo para no morir de envenenamiento.
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¡COMPÁRTELO!
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