LA TERNERA DE LA BUENA SUERTE
Alicia M. Mares
“De pronto, un llamado inhumano, un lamento imposible.
—Una vaca en medio de la niebla —aventuro entre dientes y hundo mis ojos en la espesura para buscar qué. No se ve nada.”
En ocasiones, la presencia de un animal puede ser detonante de milagros; o al menos esa impresión queda tras leer “Un equipo entrañable”, cuento que aparece en Animales de familia (Angosta, 2023) de David Eufrasio Guzmán.
Este es un cuento tan ameno como su título sugiere: el protagonista es un hombre cuyos días de juventud y triunfo deportivo ya comienzan a quedar atrás. Por eso se une al equipo de fútbol de su vecindario (compuesto de un niño, un veterinario jubilado, Pichi —un hombre que puede reírse de sus infortunios— y Jairo, quien tiene treinta vacas lecheras y no deja de hablar de ello).
Van a enfrentarse a un equipo de San Pedro, que viene bien uniformado y hasta traen entrenadora; equipo que vienen bien arreglado con sus respectivas camisetas rojas y números de jugador. Un vasto contraste con ellos, que apenas y van a jugar con tenis, no traen espinilleras, no calentaron y la verdad no planeaban tomárselo tan en serio.
*
*
El miembro insospechado del equipo
El ánimo en la tribuna, la manera en que se tragaron dos goles o cómo el arquero andaba fumando para combatir la niebla… Todo esto lo narra mejor el propio autor en su cuento, que tiene tintes de crónica deportiva y de autobiografía nostálgica.
El elemento fantástico —que tiñe al cuento con una atmósfera rayana al realismo mágico— ocurre cuando les avisan que una ternera de Jairo, Cariño, se ha escapado y ha quedado atollada en el lodo. Tienen que interrumpir el partido para que los hombres vayan a sacarla del atolladero, ayudados por una soga.
Y bien podría haber quedado ahí, en un incidente que apenas es uno de los numerosos obstáculos con los que deberán lidiar en el partido. No obstante, Cariño se queda sobre la cancha y, de pronto, comienza a actuar como un miembro del equipo más. En algún punto, hasta su dueño le grita instrucciones de juego: “¡Córrase, cariño, muévase pa’acá! ¡Embista, Cariño, vaya!”
Y la vaca parece hacerle caso. Allí podría quedar contenida la magia del cuento, pero esta se intensifica en cuanto el equipo contrario acepta el nuevo integrante del equipo y pone más esfuerzo en ganar. La presencia de la ternera les da suficiente ánimo como para empatar el marcador y quedar 1-1.
El cuento tiene un final feliz: Jairo, que planeaba vender a Cariño para dejar la ganadería por fin y dedicarse a otra cosa, es convencido por el resto de su equipo de quedársela. La comprarán entre todos: así lo prometen Eider, el veterinario don Álvaro Sierra, Pichi, el flaco Piedrahíta y el propio protagonista. Se la quedarán, ya sea como mascota o como amuleto de la buena suerte.
*
*
La presencia de Cariño
A primera vista, la presencia de la vaca parece un incidente azaroso, que remarca la naturaleza rural o “campesina” de este entrañable equipo de fútbol.
Sin embargo, es el trabajo en equipo que realizan para sacarla del atolladero lo que les da tiempo de comunicarse y replantearse su estrategia; de ser un verdadero equipo en vez de una banda de desconocidos que se reúnen a jugar a falta de algo mejor que hacer. Y, posteriormente, es el inocente trotar y la casi agradecida voluntad de jugar de la vaca que inspira al equipo a remontar.
Más que eso, la presencia de Cariño evidencia un hecho del cual se sentían avergonzados al inicio del partido: de su naturaleza campesina, de poca “sofisticación”. Al final, Cariño se vuelve un motivo de orgullo rural, al grado de que la quieren poner en el escudo del equipo.
La vaca es el símbolo más efusivo y claro de que fue su propia naturaleza rural lo que los unió como equipo y podrá, un día, darles la victoria.
Es, finalmente, el impulso que el protagonista necesita para quedarse en el equipo y encontrar una nueva comunidad; quizás, hasta nuevos amigos.
“Es el momento perfecto de esquivar el destino y huir sin poner en peligro mis pergaminos futbolísticos, la oportunidad de colgar los guayos con dignidad y conservar mi historial de triunfos en colegios, universidades y ligas aficionadas, pero, pensándolo bien, ¿cómo voy a hacerle una gambeta al destino si lo que este me tiene preparado para mi etapa final de futbolista es convertirme en un tronco de montaña?
—Claro, el domingo vuelvo —digo conteniendo la emoción y pido una nueva ronda.”
*
****
Alicia Maya Mares (Ciudad de México, 1996)
Graduada del 12º Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra y correctora de estilo en formación.
Trabaja como redactora en una agencia digital.
Ha publicado en la sección “Piensa Joven” del Heraldo de México, en las revistas Marabunta, Colofón, Origami y Efecto Antabus, y le lee su columna de revista Palabrerías a sus seis gatos.
Creció al lado de un árbol de jacaranda.
Twitter: @AliciaSkeltar
Facebook: @AliciaMaresReading
Instagram: @aliciamayamares
¡COMPÁRTELO!
Sólo no lucres con él y no olvides citar a la autora y a la revista.