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SHIRLEY JACKSON

arquitecta de casas encantadas

 

Andrea Madrueño

 

La casa es nuestro rincón del mundo. Es —se ha dicho con frecuencia— nuestro primer universo.

Es realmente un cosmos. Un cosmos en toda la acepción del término.

Gastón Bachelard, La poética del espacio (1957)

 

En nuestra vida cotidiana encender las luces nos hace sentir seguros para explorar los rincones oscuros de la casa. Pero cuando se trata de rememorar la oscuridad de ciertas habitaciones de la infancia, no hay electricidad que mitigue el sentimiento de recordar aquello que acechaba bajo la cama o desde la inquietud vigilante de la penumbra del clóset. Stephen King (Danse Macabre, 1981) afirmaba que las casas son como nuestra segunda piel; el lugar en el que las personas son más vulnerables, porque bajan las defensas contra las amenazas del exterior. ¿Pero qué hay de aquellas casas carentes de afecto e inadecuadas para ser habitadas? Shirley Jackson, sacerdotisa del horror cotidiano, tenía una sensibilidad muy particular para percibir la hostilidad y extrañeza del espacio doméstico, misma que llevó hasta sus últimas consecuencias en la elaboración de la casa protagonista de su novela La maldición de Hill House (1959); relato con el que consiguió dar un giro trascendental a las historias de fantasmas, al presentarnos la casa como incubadora de contradicciones y derrumbe mental.

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Las casas —como las personas— poseen anatomías intrincadas y susceptibles de convertir la intimidad en guarida de lo irracional y lo profundo. Jackson en sus páginas nos alerta sobre la existencia de tales recovecos, donde acechan los seres menos vivos y más misteriosos del hogar. Así lo advierte el mítico párrafo con el que abre su novela: “Ningún organismo vivo puede prolongar su existencia durante mucho tiempo en condiciones de realidad absoluta sin perder el juicio”. Hill House, como un enorme sarcófago, ha permanecido durante ochenta años en el mayor hermetismo, oculta entre las colinas, en silenciosa monotonía. Cualquier cosa que se mueva dentro de ella camina sola, en la pastosidad de una atmósfera nada cuerda.

Para diseñar la casona que embruja su novela, Shirley Jackson recopiló abundante material hemerográfico y fotográfico proveniente de su archivo familiar. En especial una casa atrapó su atención y sobre ella escribió en sus notas: “Tenía un aire de enfermedad y decadencia. Resultó que mi bisabuelo la había construido. Quedó vacía y desierta por algunos años hasta que finalmente fue destruida en un incendio. Se decía que las personas del pueblo se habían reunido una noche y la habían incendiado”.

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Shirley Jackson

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En efecto, las casas conocidas como las mansiones de Nob Hill fueron construidas por Samuel C. Bugbee, célebre arquitecto de San Francisco y bisabuelo de Shirley Jackson. Casi cien años después, la autora recrearía en su ficción la desproporción de aquellos palacios que hacían alarde de fortunas erigidas a costa de la industrialización salvaje y la mano de obra barata, en el periodo que siguió a la Guerra Civil norteamericana. Entre los años 1870 y 1891, durante la llamada Gilded Age (Edad Dorada), las casonas victorianas se erigieron como criaturas extravagantes y monstruosas, representantes del penoso contraste económico entre la riqueza del norte y la devastación económica del sur.

En el ensayo «Better for Haunts: Victorian Houses and the Modern Imagination» (2012), la autora Sarah Burns nos habla de los factores involucrados en la creación cultural de la imagen perversa de las casas victorianas: “Como si fuese un cuerpo, la casa victoriana encierra un espíritu dentro de su cascaron. El exterior y el interior tienen las mismas dimensiones; la fachada, con sus torreones y mansardas, con sus tejados empinados y sus ángulos, prometían espacios internos tan excéntricos, complejos y desconcertantes como lo eran los externos. De hecho, según la opinión de aquel entonces, las casas victorianas estaban hechas para ser embrujadas”. Entre 1918 y 1940, en medio de los horrores de dos guerras y bajo la sombra de la Gran Depresión, la casa estilo victoriano en la cultura popular quedó convertida en un monumento a la muerte; una enorme tumba arquitectónica que, con su decoración recargada y anacrónica, representaba el aspecto más despreciable de la corrupción y la riqueza excesiva.

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Shirley Jackson, descendiente de un linaje de arquitectos, convirtió a las casas en obsesión y eje de su narrativa. Podríamos considerar a la misma autora como una arquitecta de casas literarias poco convencionales, como aquellas que en su novela son descritas como: “Leprosas, Tsaraas, o del nombre que Homero da a los infiernos: Haidon domos, la casa del Hades”. De acuerdo con ella, la noción de ciertas casas prohibidas (quizá sagradas) es tan vieja como la mente humana. Así como existen sitios que poseen una atmósfera de bondad, algunas casas parecen malas de nacimiento. En una rara mímesis entre la ficción de Jackson y la realidad, un raudal de desgracias y mala suerte se extendió sobre las mansiones construidas por su bisabuelo. Ninguna de esas fastuosas construcciones quedó en pie. Ya sea por disputas familiares acerca de las herencias o a causa de desastres naturales (como el terremoto y los incendios que asolaron San Francisco en 1906), las construcciones quedaron reducidas a cascarones abandonados.

Ruth Franklin, autora de la biografía Shirley Jackson: A Rather Haunted Life (2016), señalaba que ese tipo de anécdotas con aire de leyenda espectral dan a la biografía de Jackson un aura mística muy particular. El primer editor en publicarla la llamó “a rather haunted woman” (una mujer bastante embrujada) y en la semblanza de su primera novela se leía: “Quizá la única escritora contemporánea que es una practicante de brujería, especializada en rituales de magia negra y la lectura de cartas de tarot”. Shirley Jackson no estaba del todo contenta con aquella descripción que en su opinión le restaba credibilidad como autora. Sin embargo, a nivel personal se encontraba seriamente interesada en investigar sobre brujería y aspectos de ésta que podían servir para representar el poder femenino en una época en la que las mujeres tenían muy poco o nulo control sobre sus vidas.

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Pionera en la creación de historias que retrataban el aislamiento y desolación de las mujeres en el ámbito doméstico, Shirley Jackson irrumpió en el mundo literario en un momento en el que era inusual para las mujeres dedicarse a ambas cosas: el hogar y una profesión. Su narrativa se adelantó casi por casi dos décadas a los movimientos feministas al escribir sobre el daño que las presiones del hogar y las exigencias de la sociedad ejercen sobre la psique de las mujeres. Ella era madre de cuatro hijos, casada con el crítico del New Yorker y académico Stanley Edgar Hyman, con quien vivía una aparente vida bucólica en el pueblo de North Bennington, Vermont, en Nueva Inglaterra. Como matrimonio fueron miembros importantes de la vida intelectual norteamericana entre las décadas de 1940 y 1960. Pero para la escritora combinar la faceta profesional con una rutina doméstica sumamente demandante, resultó devastador.

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En sus últimos años Shirley Jackson desarrolló una agorafobia tan intensa que poco a poco se convirtió en prisionera de su propia casa, algo semejante a lo que ocurre con Eleanor, la protagonista de La maldición de Hill House, atrapada por un sitio que parece una auténtica trampa para mujeres. La novela es sumamente ambigua en su forma de representar los fenómenos sobrenaturales. ¿Acaso se trata de resonancias que provienen de una mente enferma? ¿O hay algo profundo y maligno acechando desde las entrañas de la casa? Shirley Jackson nunca respondió de manera directa a esto y Hill House guarda un silencio críptico al respecto.

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Referencias:

Gastón Bachelard, La poética del espacio (1957).

Stephen King, Danse Macabre (1981).

Sarah Burns, «Better for Haunts: Victorian Houses and the Modern Imagination» (2012).

Shirley Jackson, La maldición de Hill House (1959).

Ruth Franklin, Shirley Jackson: A Rather Haunted Life (2016).

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Andrea Madrueño

Bruja y psicoterapeuta. Especializada en las artes oscuras de la teoría psicoanalítica. Escritora de cuentos tétricos que han sido publicados en antologías y revistas digitales como Medusas (2022), Siniestras: cuentos de mujeres que incomodan (Especulativas, 2022),Penumbria Distópica (2022), Penumbria #56 (2022), Cósmica Fanzine (2022), Navidades Paralelas (Lengua de Diablo, 2022) y Revista Exocerebros #5 (2023).

Twitter: @andreamadrueno

Instagram: @andreamadrueno

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