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SOLO PUEDE HABER UN AMO

 

Alicia M. Mares

 

 

“El establo podía volver a ponerse en uso, pensó Marilyn. ¿Por qué no comprarle a Kelly un caballo? ¿Y uno para ella también? De niña, Marilyn había montado a caballo en Central Park. Contempló la construcción: por alguna razón, la puerta de cada compartimento individual había sido cerrada con candado también.”

El establo cerrado a cal y a canto

Con este descubrimiento arranca “El dios caballo”, cuento perteneciente a Nido de pesadillas, obra que cimentó a Lisa Tuttle como el referente que es hoy en día.

Marilyn, recién casada pero ya cargando con la responsabilidad de cuidar a cinco hijos (una hijastra y los huérfanos de su difunta cuñada), es la persona en la que se focaliza la narración. Aunada a la tribulación emocional que describo, Marilyn acaba de mudarse junto con Derek, su marido, a una vieja propiedad ancestral abandonada hace tiempo.

Por supuesto, como debe de ser, dicha propiedad está encantada —o más bien, la tierra está maldita—, y corren rumores acerca del ente maligno que lo acecha, supuestamente responsable por la violenta muerte del ancestro de Derek.

 

“—Idos, decían, pues es un espíritu poderoso, tan viejo como las rocas, y tu dios no puede protegerte. Esta tierra no es buena para gente de ninguna raza. Un espíritu (cuyo nombre no debe ser pronunciado) dejó su marca sobre este lugar cuando la Tierra era joven. Esta tierra está maldita…”

Al inicio, Marilyn cae en la indulgencia de escuchar con morbo sobre esta antigua maldición, que Derek le cuenta con un dejo de divertida ironía.

Pero mientras sus hijos adoptivos comienzan a actuar de manera más extraña, ella se dispone a investigar sobre aquel presagio, emitido hacía siglos por los nativos. El cariz de vieja sabiduría indígena logra su cometido: sembrar la incertidumbre, tierra fértil para el miedo.

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Un solo amo

Los niños se obsesionan con abrir el establo, hasta que lo consiguen. Desarrollan una fijación con limpiarlo y rehabilitarlo, hasta que lo consiguen. En particular, la pequeña Kelly se obceca en encontrar al misterioso corcel y domarlo. Marilyn no puede disuadirlos, llegando a sentirse incompetente en su rol de madre postiza e incluso de esposa.

Todo esto la tendría sin cuidado, pero en las noches comienzan a oírse relinchos de caballo —que solo ella y los niños pueden oír—, e incluso se ven huellas en la nieve fresca. Algo los acecha, y Marilyn es la única que lo presiente. O la única que teme.

 

“Miró por la ventana y vio con alivio que los niños estaban jugando. Al final habían preferido jugar a salir en busca del caballo, y se preguntó a qué jugaban. ¿Era a sigue al jefe? ¿Bailar como los indios? O caballos, pensó, de pronto, viéndoles relinchar y sacudir los brazos como patas delanteras. Estaban jugando a ser caballos.”

Acá un detalle clave de la violenta muerte de Martin Hoskins, el ancestro de Derek: no era cruel con sus caballos, es más, los amaba. No obstante, murió en aquel mismo establo, destrozado por ellos, sin motivo alguno. Y acá los hechos: nadie ha vivido allí por mucho tiempo, en esa tierra no se puede sembrar ni tener ganado. El indio que le advirtió por segunda vez a Hoskins especifica que “La tierra solo reconoce un único señor, y no aceptará otro. Solo existe una ley, y un amo para ella.”

Como es de esperarse, Hoskins hizo oídos sordos de estas advertencias y terminó pereciendo en extrañas circunstancias. Y cuando Marilyn comprende lo que está sucediendo ya es demasiado tarde. Sin embargo, Tuttle nos da una pista:

 

“Marilyn soñó que salía una noche a ensillar un caballo. El establo estaba lleno de ellos, todos sus caballos, su orgullo y su gran alegría. Se acercó a ponerle la brida a uno, un alazán capón, y de pronto sintió, con una sorpresa que aminoró el dolor, los dientes poderosos del animal mordiendo su brazo. Escuchó los huesos romperse, vio la carne arrancada, y la sangre…”

El cuento termina en un clímax arrollador, justo cuando todas las piezas del rompecabezas hacen clic en la mente de Marilyn. Los niños irrumpen a la habitación de sus padres, dientes ya desnudados.

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Lisa Tuttle

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No era un caballo

Investigando en la antigua biblioteca, Marilyn halla una vieja representación de la criatura que, supuestamente, acecha esas tierras:

 

“No era un caballo. Después de examinarlo con más cuidado, Marilyn se preguntó cómo había podido pensar que era un dibujo de un semental salvaje. Los caballos tienen cascos, no pezuñas de tres partes, y tampoco tienen una cola que recuerda a una serpiente. Las proporciones del cuerpo tampoco eran las correctas, una vez que lo miró más de cerca.”

Si no es un caballo, su supuesta dominancia sobre los caballos asesinos no tiene tanto fundamento. Su poder, entonces, se concentra en influenciar criaturas que vivan en su tierra. ¿Pero con qué propósito? ¿Y qué características deben reunir esas criaturas, siervos en potencia?

Marilyn comprende al último momento que este ente no dominaba los caballos por un motivo específico. No: dominaría cualquier ser vivo que pisara sus tierras, siempre y cuando estos obedecieran a otro amo. Si no hubieran sido amos —en un sentido muy flojo de la palabra, pero al final del día, los padres mandan a sus hijos y estos deben obedecer—, quizá se habrían librado de un destino terrible.

El señor de esas tierras nunca se muestra, nunca cruza el umbral ni señala como malditos a los intrusos y anuncia su sangriento final. Permanece en el territorio de las leyendas, y si bien es invisible, su presencia permea las páginas del cuento. Solo sus intenciones estaban marcadas por la opacidad, y la irrupción final de los niños las pone en evidencia.

¿Es una bestia o es un humanoide? No podemos saberlo. Quedan las palabras del nativo que intentó advertirles:

 

“Piense en una fuerza de la naturaleza, más que en un espíritu… algo poderoso con lo que no se puede razonar, y contra lo que no se puede luchar, como una tormenta”.

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AQUÍ puedes leer el cuento.

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Alicia Maya Mares (Ciudad de México, 1996)

Graduada del 12º Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra y correctora de estilo en formación. Trabaja como redactora en una agencia digital. Ha publicado en la sección “Piensa Joven” del Heraldo de México, en las revistas Marabunta, Colofón, Origami y Efecto Antabus, y le lee su columna de revista Palabrerías a sus seis gatos. Creció al lado de un árbol de jacaranda.

Twitter: @AliciaSkeltar

Facebook: @AliciaMaresReading

Instagram: @aliciamayamares

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