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VOLVERSE LOBA MES CON MES

 

Alicia M. Mares

 

 

“Luego del primer sobresalto, fue genial. Continué girando hacia uno y otro lado para verme desde diferentes ángulos. Era delgada; tenía patas largas y delgadas pero fuertes, se veían los músculos, y los pies eran un poco más grandes de lo que hubiera querido. Pero siempre prefiero cuatro pies grandes a dos tetas grandes.”

Licantropía + pubertad

Suzy McKee Charnas le da un giro a los cuentos sobre la licantropía y aquellos sobre la pubertad al escribir uno donde convergen ambas temáticas: “Tetas”. Este relato está incluido en La piel del alma, antología gestionada por la brillante Lisa Tuttle.

Y, si bien comienza de una manera cotidiana, pronto da un giro hacia lo deliciosamente macabro y narra la transformación de una muchachita en una loba hambrienta, que aterroriza las calles de sus suburbios y de paso se venga del bully de su escuela.

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Una cambia con la luna llena

Kelsey cambió durante el verano: al regresar a octavo grado, se ha desarrollado a mayor velocidad que sus compañeras y le ha crecido el busto. Además, se enfrenta a la terrible desdicha de comenzar a menstruar; algo que le resulta asqueroso. También, de la noche a la mañana, se da cuenta de que ya no es buena peleando y es más débil que los chicos, pues el bully Billy Linden le rompe la nariz después de molestarla por sus pechos.

Son muchos cambios para una chica tan joven, que se siente apenada por estar dentro de un cuerpo que ya no reconoce. Tras un incendente particularmente vergonzoso, desea con todas sus fuerzas cambiar, ser diferente. Y lo logra: se convierte en una loba.

“Quise abrir la puerta de entrada con las manos, mas no eran manos sino garras con dedos largos y nudosos cubiertos de pelos, y los dedos tenían zarpas gruesas y negras que sobresalían de sus extremos.”

“Abrí la boca para percibir los olores un poco mejor y oí que jadeaba de una manera rara, como si hubiera estado corriendo, lo cual no era cierto, y entonces sentí esa prolongación de mi cara y algo en ella se movía… era mi lengua; me relamía las quijadas.”

 

El recurso de extrañamiento que emplea la autora al narrar la metamorfosis es maravilloso: no hay gore, huesos quebrándose, pelo erizándose; solo una transformación que se siente tan natural y sorprendente como lo es, para una niña, su menarca.

El pasmo de la transformación se convierte pronto en un alivio, puesto que al mes siguiente, cuando debería sangrar otra vez, Kelsey se transforma de nuevo en un lobo. Y ese alivio se vuelve agrado y pronto euforia, porque ella disfruta más de ser animal y vivir en un mundo más simple, regido por instintos y olores; mundo en el que ella ya no está a merced de Billy Linden. No: ahora Kelsey es el depredador más grande y temible de los suburbios.

“Hombre, podía desplazarme a través de ese aire frío, denso, húmedo y lleno de olores, podía volar prácticamente. Igual que el año pasado cuando no tenía tetas que se bambolean y sacuden delante de mí, aun cuando camino ligero.”

La conexión es sencilla: así como un licántropo cambia según los fijos ciclos lunares, también a una mujer le viene la sangre mes con mes. Emparentar ambas transformaciones es más que lógico: es poético.

A ojos de una niña, la primera menstruación es un cambio tan radical y profundo que se siente casi bestial; cambio que nos recuerda que somos simples mamíferas y es imposible pelear contra la naturaleza. El cambio tiene algo de grotesco, de cruel, y eso sin mencionar la vergüenza de sentirse bajo la mirada ajena. Sería preferible, por tanto, librarse del pudor humano y ceder a los instintos bestiales, tan puros como indomables.

De eso sólo podría tratar “Tetas”, pero hay que escarbar un poco más hondo.

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El hambre de una loba, la venganza de una chica

Los cambios grotescos que modifican su cuerpo y la hacen “una señorita” se han detenido. Ser un animal le parece más digno y menos vergonzoso que su cuerpo de mujer. Este sentimiento es algo que poco tiene que ver con la verdadera pubertad y mucho que ver con la sexualización de las niñas y su cosificación a nivel social.

Sin embargo, volverse loba también implica ceder a los instintos de su especie, y durante sus transformaciones, comienza a devorar perros del vecindario. No puede evitarlo: a pesar de que Kelsey se arrepiente de ello al regresar a su forma humana, en su forma de loba estos actos le parecen lo más natural del mundo.

Poco después, cuando Billy Linden y sus compinches le roban el sostén y la humillan frente a toda la escuela, Kelsey formula un sencillo plan de venganza: esperar a la próxima luna llena, cuando acontezca su transformación.

La breve vida de Billy Linden podría resumirse así: nació, creció, le hizo bullying a Kelsey en octavo grado y, después de que ella lo citara en la noche con la falsa promesa de que le permitiría jugar con sus tetas, ella se transformó en loba bajo la luna llena y se lo comió.

No sería el primero, pero sí el más satisfactorio.

 

“«La Asesina de la Luna Llena» tiene a todo el estado en guardia y aterrado.”

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¿Rehuir o ceder a la naturaleza?

El desenlace del cuento podría llevar a una encrucijada: que Kelsey elija la licantropía en vez de la menstruación o acepte ser mujer y sangre como todas las demás, dejando su hambrienta cruzada detrás. Un mensaje de positividad respecto al cuerpo, directo y al grano. Sin embargo, Suzy McKee Charnas no lo resuelve así de sencillo.

Kelsey no renuncia a su forma de loba. Una vez se deshace de su agresor, comienza a recuperar su confianza, construye su autoestima y, tras unos difíciles meses, por fin se pasea más tranquila, no orgullosa pero aceptando su cuerpo. Y hace una promesa: no volver a devorar perros.

Ser mujer puede ser algo como la naturaleza dual y final de Kelsey: hembra siempre, loba una vez al mes. Y perdonen la resonancia de la canción de Shakira en esta oración.

Ninguna de las dos formas es mala, y no hay necesidad de elegir entre alguna, porque no hay elección. Sólo una naturaleza fluctuante, de lo que no debemos avergonzarnos, y la apacible aceptación de un cuerpo del cual nadie tiene derecho a burlarse.

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Suzy McKee Charnas (1939-2023)

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AQUÍ puedes leer el cuento.

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Alicia Maya Mares (Ciudad de México, 1996)

Graduada del 12º Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra y correctora de estilo en formación. Trabaja como redactora en una agencia digital. Ha publicado en la sección “Piensa Joven” del Heraldo de México, en las revistas Marabunta, Colofón, Origami y Efecto Antabus, y le lee su columna de revista Palabrerías a sus seis gatos. Creció al lado de un árbol de jacaranda.

Twitter: @AliciaSkeltar

Facebook: @AliciaMaresReading

Instagram: @aliciamayamares

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