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APUNTES JAPONISTAS

VII

Emiliano González

 

I

II

III

IV

V

VI

 

 

El orientalismo, al acercarse a Japón o a China, incluye paraíso e infierno, celebración y crítica.

Una de las primeras fotografías orientalistas es de Alexandra “Xie” Rhoda Kitschin, disfrazada de comerciante china, descalza, con un abanico, foto realizada por Lewis Carroll y coloreada a mano, en 1873. El atuendo de Xie Kitchin tiene colores y formas alucinantes, y trasluce la nostalgia de la edad de oro, como las fotos de niñas desnudas, también a color. El rojo, el amarillo y el anaranjado destacan en la foto. Al fondo se ven varias “naos” chinas para llevar mercancías. La misma modelo aparece, con un parasol, en otra foto, esta vez en blanco y negro, en 1876. Lorina y Alice Liddell, vestidas de chinas, bajo un parasol, son fotografiadas por Carroll.

Hermano del japonismo modernista es el “chinismo” –interés o afición por las cosas chinas– presente en el poema “La nave de China” del mexicano Francisco González León:  «La nave de la China / que llegó a Acapulco / le trajo a la noble / Marquesa de Uluapa / un cofre de laca / color de vainilla; / y ornados de alados / dragones dorados / y de extrañas flores / unos dos tibores.” La nave le trae un abanico a la hija del virrey y un frasco de perfume a su esposa, pero al poeta le trae “olvido de amor”: “La nave de China / hoy ha facturado / para mi dolencia / cansina y secreta / una libra neta / de ensueños y olvido / bajo la etiqueta / que asegura: / ¡Opio! El poema es publicado por primera vez en 1967, en el libro Cóatl.

En el libro de cuentos Humo de opio (1904) de Claude Farrère un fumador de la droga narcótica narra la historia sugerida por una de sus pipas, antigua y primorosa, una pipa de concha de tubo grueso con un nudo que retienen los dedos cuando se fuma: un saliente ambarino, finamente esculpido en forma de zorro minúsculo. En el interior, la ceniza coagulada del opio, rica en morfina, ha ido depositándose poco a poco en diminutas telas negras: vestigios de los años japoneses del fumador. Su primera pipa ha nacido en Kiusiu, la isla japonesa de las tortugas, y él ve, en el espejo convexo del largo tubo, el reflejo de todo el Japón.

El zorro fingido por el nudo no es un zorro común y corriente sino el legendario “Kitsuné”, un animal encantado que se metamorfosea según su voluntad. No le sorprendería al fumador ver cambiada la forma del zorro de su pipa, que tal vez es el mismo “Kitsuné” que en el pasado extravió a la heroína Sidzuka. La pipa de concha narra, en las veladas de invierno, la historia de Sidzuka, “mientras el opio se ampolla y chirría encima de la lámpara.” Sidzuka, japonesa de raza noble, es amada por el héroe Yositsuné, condenado a muerte por su hermano, el príncipe Yoritomo, ante los elogios desmesurados de los “samuráis” entusiastas. Yositsuné huye a las montañas violetas infestadas de jabalíes. Sidzuka endulza el áspero destierro del héroe, y danza pasos voluptuosos ante él. Pero él, ante sus perseguidores, quiere afrontar su destino y al despedirse de ella le ofrece como regalo el tambor que ha acompañado sus danzas nocturnas.

Sidzuka parte llorando, pero el “samurái” traiciona su confianza y le da un camino peligroso. El “Kitsuné” se despoja de su forma humana: aparece como zorro de larga cola y aúlla lúgubremente mientras baila la danza sobrenatural de los “Kitsunés”. Con pasos furtivos va hacia Sidzuka y le roba el tambor que le ha regalado. Ella encuentra, ya sin el tambor nefasto, la senda verdadera y la luna, de ojos azules, la guía hacia el monasterio que ha elegido para llorar su desgracia.

El amor engañoso es como el encanto del opio, que promete el paraíso y no cumple su promesa.

El poeta Nerval, víctima del opio, alude a la “cydalisa” que con sus ojos oblicuos y pies pequeños, característicos de las mujeres chinas, encanta a Gautier, y también alude a su propia “cydalisa” (nombre basado en un personaje de Crébillon hijo), perdida para siempre. Cuando muere la “cydalisa”, la fiebre y el insomnio consumen a Nerval y lo hacen escribir varios sonetos, entre ellos “Dafne”, soneto profético en que los dioses paganos que ella extraña van a regresar, con sus oráculos. Los ojos y los pies chinos de la “cydalisa” son tan atractivos para Gautier como la trenza azul de la princesa china para su personaje Fortunio, llamado el marqués invisible.

Mi texto “Episodios de la vida del Marqués Invisible”, de 1970, es completamente premonitorio, con la colegiala Dafne y el pintor ciego.

Sin duda la mujer de ojos oblicuos y la “cydalisa” del suicida Nerval se vuelven la colegiala de ojos violetas, Dafne, de la novela de Braddon La vida por amor (título español de Asfódelo, 1890).

En la novela de Braddon, un pintor que es rechazado por la colegiala (como Apolo rechazado por la ninfa Dafne) se suicida. El autor “contemporáneo” Torres Bodet parece lector atento de la novela de Braddon, pues los ojos violeta de la amada en su libro Biombo, de 1925 (libro con varios “haikús”), alivian las llagas que el otoño ha dejado en el corazón del poeta.

El sol es pintor (lo cual nos recuerda al pintor identificado con Apolo, dios del sol, en la novela de Braddon). Los títulos, impresos en tinta violeta, le dan a Biombo un atractivo especial. Desgraciadamente, en su vejez, Torres Bodet se suicida, olvidando a la mujer de ojos violetas, que también Villaurrutia celebra en su novela Dama de corazones. Se repite un error grave de la época de Nerval y Rossetti: el uso de una droga narcótica a la que alude Torres Bodet en su novela Proserpina rescatada (1931). El título del libro El corazón delirante (1922) de Torres Bodet proviene del poema “El fumador de opio” de Arthur Symons, que termina con la frase “corazón delirante”.

La “cydalisa” de Gautier y Nerval se vuelve Elizabeth Siddal, mujer de Rossetti. La sibila que desea morir, en un poema de Petronio traducido por Rossetti, se realiza en su mujer cuando ésta ingiere una sobredosis de láudano.

En un poema de Nerval, muy raro, las “cydalisas” son muertas cuyos ojos, apagados en nuestro mundo, se han encendido en el cielo y ellas cantan alabanzas de la Madre de Dios.

Nerval le cambia el título a su soneto y en vez de Dafne pone “Délfica”, en memoria de otra Dafne, llamada también Artemis, hija de Tiresias, que profería oráculos tan excelentes que Homero los insertó en sus poemas. El poeta ciego Homero me hace pensar en mi personaje, el pintor ciego llamado “el marqués invisible”, originado en un sueño mío, un sueño anterior a mis lecturas de Baudelaire y Gautier, únicos autores que aluden a este personaje imaginario. El proyecto de Baudelaire titulado El marqués invisible y la realización de Gautier titulada Fortunio son muy significativos.

El libro Biombo de Torres Bodet es notable. Se inicia así: “La noche de verano alarga / –sobre el biombo del cielo– / su cuello de garza / y pesca en el arroyo del silencio, / la concha de la luna sonrosada…”

La amada se acerca al poeta, cubierta por un kimono de seda estrellada: el de la noche de los sueños orientales. En los ojos de la amada, la sombra se levanta “como el vaho del opio”, en lenta espiral, mientras la piel bañada de su cuerpo de lirio y ciruela derrama el fresco aroma de un campo de arroz, coronado de grullas y de garzas. Las palabras de la amada son quebradizas como una rama de bambú y el artificio de su sencillez refinada es como el de sus cabellos lacios. Los besos de ella saben a té “bebido en dedales de porcelana”, y ella tiene en quietud, línea y gesto, la elegancia de esos salones cuyo mobiliario está formado por una rama de crisantemos blancos en el vaso del aire, un jarrón de amapolas deshojadas y “ese pañuelo de seda azul” que, después de la lluvia, la tarde pone a secar en las ventanas.

La mujer de ojos violetas juega por los contemporáneos el mismo papel de la amada de ojos violetas del poema de Poe, “Eulalia”, que lleva al autor lejos de las obsesiones edípicas de los ojos, presentes en sus cuentos de misterio y horror.

El emperador romano Adriano suprime el oráculo de Dafne, suburbio de Antioquía (ciudad siria) con jardines libertinos, que nos llevan a los jardines zoológicos de piedra, notables en los textos leídos por mí después de publicar “Episodios de la vida del Marqués Invisible” (1970). El surrealista Man Ray elabora un retrato del libertino Marqués de Sade en que destaca la piedra que lo forma. En mi texto, un pintor ciego es inocente, víctima de colegialas y sirvientes que se burlan de él llamándolo “el marqués invisible” (personaje de un sueño mío, presente después en mis lecturas de Gautier y Baudelaire). La adivinación vinculada con Dafne es un hecho noble e incontestable y es una protesta por los ambientes corruptos de los libertinos. Pero la antigua dafnomancia se ha vuelto previsión literaria. La adivinación sigue siendo sagrada al oponerse a lo prosaico y superficial. Pero la literatura es lenguaje apropiado para controlar la emoción religiosa y evitar superstición y fanatismo. La previsión literaria y la intuición filosófica no llegan a la verdad desde el principio sino al final, y forman un descubrimiento, una sorpresa. En esto se distinguen del tarot, la astrología, la quiromancia y la dafnomancia. La intuición al principio es mera percepción del presente; con el tiempo, se vuelve percepción del futuro. Primero es espacial y después temporal. Por otro lado, la intuición imposibilita la trampa de la casualidad: no deja lugar a dudas acerca de la verdad. No es posible confundir lo intuitivo con lo azaroso o casual, como en la adivinación. El humor, la mística y el erotismo propician la intuición o previsión. Su camino es sensible, no intelectivo, ya que intuir es simplemente llegar a la verdad antes que la razón. Sin embargo, la razón acude al final para confirmar los datos de la intuición.

«Marqués de Sade» (1970) por Man Ray.

Durante la época de la falsa democracia norteamericana, que apoya la guerra de Vietnam, surgen los periódicos subterráneos llamados oráculos que previenen la violencia individual y colectiva, singular y plural. El orientalismo se vuelve ideológico al estar a favor de la paz y el amor en Viet Nam.

La heroína de la novela Ginette la soñadora de Colette es precursora del personaje Dreamboat Annie del grupo musical subterráneo Heart, de Canadá: navega en un buque de sueños. Desgraciadamente, fuma opio y se pone un kimono para hacerlo. Igual que en la novela de Braddon La vida por amor (Asfódelo), se combinan en el libro de Colette la colegiala, el pintor y el suicidio. Colette firma «Willy», como si el libro fuera de su esposo. Parecida a Dafne de la mitología griega, que se metamorfosea en árbol, cree que el viento es la voz de los árboles, ama a uno de ellos, se siente culpable por hacerlo y su árbol muere.

Al final del libro ella se pregunta si ha amado al hombre o al árbol, al humano o al vegetal.

El libro de Colette es publicado en español en 1920 por la editorial Caro Reggio, en Madrid, con una portada art-nouveau inspirada por el cuento “¿Qué era?” de Fitz-James O’Brien, cuento sobre un vampiro invisible surgido del opio. En la portada, el vampiro se vuelve visible, como al final del cuento.

En la novela, Ginette es amada por un hombre que parece ser el diablo (Mefisto) y “la mirada azul” del padre de Ginette es destacada, elementos previstos en mi cuento “Rudisbroeck”.

En 1970, cuando aparece por primera vez “Episodios de la vida del Marqués Invisible” (texto mío premonitorio de mi lectura de la novela de Braddon) está el diablo en un collage mío, con alas de murciélago.

Hay un elemento sáfico en Ginette, que conoce los escritos de Verlaine. Y ese elemento sáfico proviene de su complejo de Electra (o de Mirra), que la ha hecho amar en exceso a su padre, recordándonos al personaje Mathilda de Mary Shelley. Si Mathilda implica una transición entre romanticismo y pre-rafaelismo, Ginette es plenamente decadentista, y finalmente se entrega a la morfina y a la muerte. La anormalidad en el amor de Ginette por su padre la ha llevado al narcisismo y ha propiciado el lesbianismo, la culpa y el suicidio.

El español Antonio de Hoyos y Vinent, con su novela japonista El hombre que vendió su cuerpo al diablo (1917), prologada por Unamuno, logra dar la impresión de un objeto subjetivo y decadente. Fascina, introduce detalles sobrenaturales y críticas a la guerra. Pensamos de inmediato en “La poesía y los dioses” de Lovecraft, sobre la luna china, bajo cuya luz brillan las tumbas y los templos deteriorados. El cielo está “manchado con nubes como escamas de dragón”.

Esta última imagen conduce a la portada china del libro de Antonio de Hoyos, Aromas de nardo indiano que mata y de ovonia que enloquece (1926), en que está el cuento sensorialista y macabro “Noche de China (Atkinson)”. El perfume elegante precede una aventura que lleva al narrador al borde de la locura y la muerte. La máscara japonesa que entre juguetes obscenos y libros ocultistas le pide el cuerpo a Tulio Ponzano, un estoico que al final no merece el paraíso ni el infierno, es inolvidable en la novela sobre el pacto con el diablo.

“Estampa gótica” (cuento de Beatriz Álvarez Klein incluido en la sección Savia Eléctrica de El libro de lo insólito) se inicia así: “Frente a la estrecha ventana, el revoloteo de los murciélagos hacía parpadear la lámpara chinesca de la luna”. Es precursor de este fragmento el poema “Januarius” de González León, pues incluye los versos: “La luna es una / lámpara japonesa”. El poema está en el volumen titulado De mi libro de horas (1937), desconocido por la autora al escribir su cuento.

En Tebaida lírica (1924) del poeta dominicano Joaquín Balaguer, una mujer de la vida real es transformada por completo en un ser fantástico: “En tu corte de amor, funambulesca / luciste tu marfil elefantino / y te ha evocado, en su oración faunesca, / la mente morfinómana de un chino.” Fulgen, sobre las manos de florista de Matilde, “lapislazulidades de amatista” y “ambiguos lotos de una huerta china”. Matilde es una Bella Durmiente con lirios y en el bosque oye llorar a la fuente “mientras sacuden los abanicos”. Matilde es la princesa de una corte china que posee algunos detalles dieciochescos y griegos.

En esto, Balaguer es discípulo de Tablada, que en El florilegio (1904) incluye el siguiente soneto:

“Dejaron los crepúsculos de la melancolía / En los hondos estanques dorados arabescos; / Aun cuelgan temblando los faroles chinescos / Y perdura el perfume de la lejana orgía. / Egipanes y faunos sus visajes grotescos / Crispan en la penumbra burlando tu porfía; / Los fastos han pasado y en la copa vacía / Imposibles delirios buscan tus labios frescos! / Amada: ese Pasado fulgurante no llores! / Surgirá en mi poema de harmonías inciertas / Y raras como el alma de las difuntas flores; / En mi canto de brumas y de ráfagas yertas; / de silencio y de sombra; de lejanos amores; / De besos extinguidos y serenatas muertas.”

Así como Balaguer es discípulo de Tablada, éste es discípulo de Poe en melancolía, en silencio y sombra, incluso en lo grotesco y lo arabesco de los faunos estudiados por el opiómano Usher. Tablada, en poesía, da una impresión similar a la de las prosas de Machen.

En “La pesadilla de Honorio”, cuento de Darío que derrocha visiones de opio, hay sobre todo máscaras:

“¡La legión de las máscaras! Se presentó primero una máscara de actor griego, horrorizada y trágica, tal como la faz de Orestes delante de las Euménides implacables, y otra riente, como una gárgola surtidora de chistes.

Luego, por un fenómeno mnemónico, Honorio pensó en el teatro japonés, y ante su visita floreció un diluvio de máscaras niponas: la risueña y desdentada del tesoro de Idzoukoushima, una de Demé Jioman, cuyas mejillas recogidas, frente labrada por triple arruga vermicular y extendidas narices, le daban un aspecto de suprema jovialidad bestial; caras de Noriaki, de una fealdad agresiva; muecas de Quasimodos asiáticos, y radiantes máscaras de dioses, todas de oro. De China, Lao-Tsé, con su inmenso cráneo; Pou-Tai, el sensual con su risa de idiota; de Konei-Sing, dios de la literatura, la máscara mefistofélica; y con sus cascos, perillas y bigotes escasos, desfilan las de mandarines y guerreros.”

Amapolas gigantes de los cementerios chinos, en Ulises (1922) de Joyce, dan una tonalidad macabra a la novela de vanguardia.

Publicada en 1927 en el libro 6 falsas novelas, “Los dos marineros”, novela china de Gómez de la Serna, presenta a Nikita, mujer budista que habita una casa de papel, y a Yama, marinero de agua salada y fumador de opio. Yama trata de matar al amante de su novia, marinero de agua dulce, pero éste le quita el arma (un sable) y lo mata a él. Antes, Yama confiesa a Nikita que ha fumado opio para acercarse “a sus ojos lejanos”. El autor se detiene ante “esos budas encaramados entre las rosas, budas rústicos y perdidos que se miran el ombligo en que se esconde el resto del cordón vital y eléctrico con que estuvieron unidos a Dios.”

La novela de Gómez de la Serna, cómica y poética, se vuelve trágica debido al opio.

El sueño chino, originalmente, no es de opio sino de amor. Las flores azules del orientalismo son una expresión de libertad romántica: aparecen después de un sueño en la novela Cartas de un viajero (1843) de George Sand: son rosas azules en vasos chinos, inspiradas por la narrativa onírica de Novalis. Años después en un poema Avellaneda se refiere a lirios italianos y rosas hindúes en vasos chinos. Darío luego añade: “Las rosas francesas en los vasos chinos”.

Las flores del sueño se oponen a las flores de la muerte.

Continuará…

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Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007), Ensayos (2009) y La ciudad de los bosques y la niebla (2019).

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