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LOS CELOS DE APOLONIO

VI

 

Emiliano González

Primera parte

Segunda parte

Tercera parte

Cuarta parte

Quinta parte

 

 

Orlando furioso y el Quijote son intentos acertados de controlar lo sobrenatural y “El Horla” de Maupassant es un intento fallido de controlarlo.  Para controlar lo sobrenatural con la literatura son necesarias –según Poe– una salud y una memoria impecables. Maupassant, enfermo mental al escribir “El Horla”, no puede controlar lo sobrenatural, y hace surgir una parodia involuntaria del Dios de los poetas místicos. Lautréamont hace algo muy parecido en Los cantos de Maldoror.

"Les Chants de Maldoror", por TagliaMani.

«Les Chants de Maldoror», por TagliaMani.

El perverso polimorfo puede deformar lo humano y lo divino. Lo sobrenatural se vuelve agresivo en “El Horla”, y los misterios de Eleusis se ven deformados, pues el vampirismo no es usado de modo justiciero y se une con la divinidad.

Aunque no sea conde, el vampiro invisible es aristocrático, pues cree en la superioridad de una especie sobre otra. Al estar colocado encima, lo superior no es igual que lo mejor, que está colocado al lado (o aparte).

Maupassant es el origen de Renfield, personaje de Stoker. Encerrado en un manicomio, Renfield adora a Drácula. Sólo que Renfield tiene complejo o atavismo de araña o de planta carnívora, pues devora moscas. Renfield es un vampiro inferior a Drácula, ya que el conde se alimenta con sangre humana, y el loco con sangre animal.

En el cuento “Clarimonde” de Gautier, una rubia de ojos verdes, que seduce al sacerdote Romualdo, tiene todo lo que Apolonio le atribuye a la mujer fenicia de Menipo: es prostituta, serpiente y vampiresa sobrenatural. Un abate le arroja agua bendita, y Clarimonda se vuelve un montón de huesos calcinados y de cenizas. Por este cuento y otro, “Arria Marcela”, podemos afirmar que Gautier conoce bien la historia de Apolonio.

En el cuento “Arria Marcela”, el protagonista imaginario, Octaviano, se transporta al pasado, a una antigua ciudad romana. El deseo de Octaviano restaura la vida de un pedazo de lava que tiene impresos contornos femeninos y aparece Arria Marcela: el fuego de Venus anima a la estatua de Pigmalión. El padre de ella, Arrius Diomedes, es un cristiano puramente religioso, que considera infernales los amores de su hija. Cuando Octaviano va a unirse con ella, Arrius la calumnia, y al saberla consagrada a los placeres del paganismo, la considera peor que la “empusa” o “larva” (especies de “lamias”). El padre exorciza a la hija, en el diván de bodas se ve un montón de brasas y de huesos calcinados, la sala decorada es convertida en ruinas. En este cuento hay un episodio curioso en Nápoles: Octaviano, con su amigo, asiste a un ballet de ninfas, cuyos calzones verdes las hacen parecer “ranas picadas por una tarántula”. Ellen, la esposa del protagonista, siente que su esposo ama a otra, pero nunca sabe a quién.

En el cuento, el padre de Arria Marcela es como Apolonio de Tiana calumniando a la mujer de su discípulo Menipo, y las palabras de Arrius coinciden con la erupción del Vesubio, impidiendo la unión de Octaviano y Marcela. Recordemos que Apolonio compara a su discípulo con una estatua, y que cuando exorciza a la mujer fenicia ésta desaparece, junto con el banquete de bodas.

En el cuento de Gautier, Pigmalión se ve deformado y convertido en Prometeo, sirviendo de modelo para el Edison de La Eva futura. El poeta portugués Eugenio de Castro, en la parte vi de su poema Oaristos, describe un rostro de mujer que “de perfil, parece un camafeo tallado en lava del Vesubio” (1899). El camafeo es recuerdo de Esmaltes y camafeos, libro poético de Gautier, y la lava es recuerdo de “Arria Marcela”, cuento que asimismo influye sobre Jensen, autor de Gradiva (1903), novela sobre un friso animado. Al final de su cuento, Gautier advierte que Arrius es un liberto de Tiberio (el cruel emperador homosexual) y cree que todos los paganos son malignos.

Octaviano acepta el hecho de su presencia en el pasado, “así como en los sueños nunca cuestionamos la intervención de personas realmente muertas, pero que parecen actuar, a pesar de todo, como personas vivas”.

Cuando Jack Kerouac, en Los subterráneos (1958) alude a la “ceniza volcánica” (volcanic ash), es decir, al hashish, yo creo que evoca a Gautier, autor de los textos “Hashish” y “Arria Marcela”.

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Freud en su libro sobre Jensen se refiere a “la curiosidad de examinar los sueños que no han sido soñados nunca, es decir, aquellos que el artista atribuye a los personajes de su obra, y no pasan, por tanto, de ser una pura invención poética”. Nerval, conocedor del hashish, considera a la literatura un “sueño dirigido”. Y de hecho la suspensión de la incredulidad que piden los cuentos fantásticos es parecida al sueño, pues durante éste no nos preguntamos si son reales o ficticios los hechos que se desarrollan ante nuestros ojos. Terminar la lectura es como despertar de un sueño.

Stevenson, en “Un capítulo sobre sueños”, se refiere a los duendes (brownies) de sus sueños y dice que son “sustanciosos inventores y actores”, ya que trabajan mientras él duerme: le han inspirado los argumentos de El Dr. Jekyll y Mr. Hyde (sobre doble personalidad) y de Olalla (sobre licantropía).

La pesadilla y el sueño se confunden en la novela subterránea Asunrath (1967) de Marie-Thérèse de Brosses, ilustrada por Claude Serre. Varias prostitutas con caras de calavera aparecen en los espejos de un traje usado por una joven suicida. La novela ocurre en la ciudad del verano perpetuo, sin relojes, con sol artificial y un Cancerbero. La ciudad es habitada por jóvenes diminutas que han sido raptadas. Luego han sido reducidas de talla por un cuadro misterioso. En mis escritos hay anticipaciones de mi lectura de esta novela, en que destaca el relato de una joven: Eleonora.

Los raptos y el perro enorme de Asunrath son variaciones del rapto y el perro (que parece ser gigante) en la novela detectivesca El sabueso de los Baskerville (1901) de Sir Arthur Conan Doyle. Pero el realismo del autor inglés y la explicación racional, que anula lo sobrenatural, desaparecen y se transforman gracias al horror fantástico y a la ciencia-ficción de la autora francesa.

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Simbolismo y decadentismo están en la base de modernidad y vanguardia. “La aventura de un estudiante alemán” de Washington Irving se inicia con swedenborgianismo y termina con una escena macabra. El cuento es breve y siniestro, lúbrico y lóbrego. En la época de la Revolución Francesa, un estudiante alemán, melancólico y poseído por una influencia maligna, por un genio o espíritu dominador, va a París a curarse, pero las escenas sangrientas que contempla lo vuelven aislado y solitario. En grandes bibliotecas se ha convertido en “un monstruo devorador” del “osario de la literatura deteriorada”. También se ha convertido en adorador de mujeres y sueña con una mujer “de belleza trascendente”. Una noche encuentra a una mujer vestida de negro, con pelo negro como cuervo: es la mujer que él ha soñado. La lleva a su modesta habitación y hace un pacto con ella, a pesar de que ella le ha dicho que su casa es la tumba. Ella se le entrega y al día siguiente él busca un nuevo lugar para vivir. Al regresar se encuentra con el cadáver de la mujer. Hace un escándalo y acude la policía. Un oficial dice que la mujer ha sido decapitada ayer y le quita la banda negra con diamantes que trae alrededor del cuello. La cabeza rueda por el piso. El estudiante enloquece y es puesto en un manicomio, lugar en que narra su aventura. El cuento es incluido en la sección “Cuentos extraños de un caballero nervioso”, del libro Cuentos de un viajero (1824). Irving es precursor de frenéticos, simbolistas y decadentes. Poe, Le Fanu, Baudelaire y Swinburne se ven influidos por Irving al mezclar a Swedeborg con los temas de belleza y horror. Alude Swinburne al “paraíso revelado a Swedenborg, donde la música y el color y el perfume son una sola cosa, donde uno puede oír los matices y ver las armonías del cielo” ( en el ensayo “Coleridge”). La mujer amorosa unida a la muerte –tema esencial en el cuento de Irving– puede apreciarse en los cuentos que Poe escribe y publica después de la aparición del libro de Irving.

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La sección del libro que incluye los cuentos del caballero nervioso impresionan al mexicano Carlos Díaz Dufoo, que en 1901 publica un volumen de Cuentos nerviosos.

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En “Las metamorfosis del vampiro”, una de las “piezas condenadas” de Las flores del mal (1861), de Baudelaire, la prostituta, que conoce “la ciencia / de perder en el fondo del lecho la conciencia”, se convierte en un esqueleto.

En estos textos, las lamias son claramente prostitutas y los autores no son tan conscientes como Keats de la inocencia de la mujer fenicia. Traductor y discípulo de Baudelaire, conocedor de Keats, Clark Ashton Smith publica en 1930 “El final del cuento”, en que Morand, un estudiante de leyes, en medio de una tormenta, busca refugio en la abadía de Perignon y encuentra un manuscrito en que está la historia de un hombre victimado por una lamia. El estudiante va a las ruinas del castillo mencionado en el manuscrito y, en medio de un paraíso pagano, aparece Nycea, mujer de belleza divina que le provoca una intensa pasión con sus ojos de zafiro y su expresión de orgullo y voluptuosidad. Ella le ofrece la hospitalidad de su palacio y de sus brazos. Es tan blanda que parece que no tiene huesos. Él desea el vino de sus labios y se une con ella. Al despertar ve a un abate, Hilario, que llama a Nycea vampiresa, lamia y serpiente del infierno. Ella se desvanece. Nycea –según Hilario– ha mantenido “un palacio de ilusiones beatíficas” en las criptas, después de haber sido exorcizada por Apolonio, y varios hombres han sido besados y devorados por ella.

Hilario, con agua bendita, la ha exorcizado también y el estudiante se encuentra en una cripta de las ruinas de un castillo. Sin embargo, ella le ha prometido que con paciencia y valentía él logrará verla otra vez. El estudiante la ama a pesar de todo y quiere regresar, pero no quiere ver de nuevo al abate Hilario, sucesor de Apolonio. La tentación de San Hilario –que aparecerá al final de este ensayo– influye sobre Smith.

En el manuscrito consultado por el estudiante hay un fragmento en que un sátiro afirma que después de Cristo el paraíso pagano se ha refugiado en las cavernas y en los lugares subterráneos. Sin embargo, yo puedo ver que ese paraíso desterrado se inicia antes de Cristo, con la condena de Sócrates, primera vez en que el paraíso pagano se vuelve infierno.

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Las leyendas griegas no son valiosas por la pluralidad de deidades sino por las soluciones que ofrecen a los problemas reales de los humanos. Demeter y Dionysos, al ser deidades de la Naturaleza y el Cosmos, son anticipaciones del Dios único del monoteísta Anaxágoras.

La prostitución y el vampirismo caracterizan a la lamia, según Apolonio de Tiana. Sin embargo, Keats en su poema “Lamia” demuestra que el famoso mago calumnia a la mujer fenicia, mujer-arcoiris y serpiente alada, separándola del discípulo amado.

En el cuento “Morthylla” de Smith, una prostituta rica se finge lamia para divertirse con un hombre melancólico que ha huído de los placeres carnales. El fingimiento la obliga a darle un beso vampírico y lo muerde. Luego ya no finge y le confiesa su juego. El hombre, que la ama pero es muy infeliz, se suicida clavándose un cuchillo en el mismo lugar del cuello que ha sido mordido. Muerto, olvida su muerte y su pasado inmediato. Se acerca al cementerio y llega hasta un mausoleo, debajo del cual están las momias de una familia real, a la que ha pertenecido la princesa Morthylla. Sobre un fuste, al lado del mausoleo, está ella, que le dice: “Soy la lamia Morthylla”. La princesa le da la bienvenida al mundo de los muertos. Como en la novela de Emily Brontë, Cumbres borrascosas (1847), el enamorado sólo puede unirse con su amada en el Más Allá.

 

"Morthylla the lamia", por Tillinghast23

«Morthylla the lamia», por Tillinghast23

Lin Carter elogia la prosa de Smith, “una prosa iluminada con destellos de descripción gemada, tachonada con nombres exóticos y raras palabras, penetrada por la languidez lilial y el esplendor onírico de una visión de hashish”. El fragmento es de la antología Los jóvenes magos, editada por Carter en 1969.

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Luciano de Samosata, que consideraba farsante a Apolonio, le inspira a Keats el personaje Lycius (Menipo) el poema “Lamia”. Y es que Luciano es también autor de un diálogo llamado “Icaromenipo”, en que Zeus, al final, quiere cortarle las alas a Menipo y repudia a los filósofos. En su poema, Keats dice que la fría filosofía cortaría las alas a un ángel, conquistaría todos los misterios con regla y línea, vaciaría el aire encantado y la mina de los gnomos, destejería un arco iris y convertiría a la Lamia de tierna personalidad en una sombra. En el diálogo de Luciano, el filósofo Menipo sube al cielo con un ala de águila y otra de buitre, anticipando la relación entre los recuerdos de infancia del emperador Aureliano y del pintor Leonardo, recuerdos en que un águila asusta a Aureliano y un buitre asusta a Leonardo. Aunque el emperador Aureliano no es recordado por Freud, el narcisismo y homosexualismo de Leonardo, después controlado por el arte, sí son recordados por Freud y tienen su origen en la vivencia infantil traumática del ala del buitre que roza los labios del niño. El emperador es aferrado por un águila en la infancia y eso lo vuelve después semejante a Heliogábalo, ya que no tiene la capacidad creativa de Leonardo. Este último desde su confusión infantil es “leopardo”, hijo de la mujer-pájaro: contiene todos los elementos de la esfinge: el felino, el ave y la mujer. Cuando crece y conoce la leyenda de Edipo, Leonardo se identifica con él inconscientemente y relaciona a su madre con la esfinge, también inconscientemente. En el diálogo de Luciano, el filósofo Menipo, al subir al cielo con un ala de águila y otra de buitre, es un recuerdo de Ganimedes raptado por Zeus convertido en águila,  asimismo un recuerdo del discípulo Menipo, amado por su maestro Apolonio, que odia a la mujer fenicia.

Por medio del arte, Leonardo transforma al buitre siniestro en el ropaje de la virgen, y por medio de la ciencia controla esa confusión entre humano y ave que inevitablemente acompaña al recuerdo de infancia. La mujer-pájaro se ve complementada por el hombre-pájaro, ser alado e híbrido, transformación de la imagen de Zeus convertido en águila, que va a dar a los dibujos de máquina voladoras de Leonardo, retomados y elaborados después por Goya. La confusión del niño Leonardo en su vivencia traumática se ve anulada por dibujos en que la precisión es mayor que el detalle artístico. El buitre de Leonardo es tan siniestro como Apolonio separando a su discípulo Menipo de la mujer fenicia, episodio que varios autores han descrito en sus cuentos o poemas de horror, ya que es recuerdo de unas nupcias exquisitas impedidas por la calumnia y la muerte.

"La Virgen, el Niño Jesús y Santa Ana", por Leonardo da Vinci.

«La Virgen, el Niño Jesús y Santa Ana», por Leonardo da Vinci.

En el poema “Geraldine” (1838) de M. F. Tupper, basado en el poema “Christabel” de Coleridge, una bella mujer se vuelve una serpiente monstruosa y verde, sobre la hierba quemada, y en sus cabellos, negros como el cuervo, se convierten en una tétrica melena roja. El poema es precursor del surrealismo en su metáfora de la luna como un ojo, en Melusina que antes fue Geraldine e incluso en cierto tiburón hambriento de las aguas oscuras, pez que cambia de sexo y de sentido en Los cantos de Maldoror. El pecho de Geraldine, primero lozano, luego arrugado y viejo y al final escamoso, es un detalle memorable. La “luna gibosa” puede verse también en “La doble sombra”, cuento de Clark Ashton Smith. La serpiente verde sobre la hierba quemada es una imagen rara que Machen seguramente recuerda al escribir “El pueblo blanco”, pero a la que da un sentido erróneo al unirla con el personaje Ambrose. Para Goethe, la serpiente verde es emblema de la alquimia, como lo demuestra en su cuento “La serpiente verde” (1795).

El argumento del poema de Tupper es una variación del episodio de la vida de Apolonio al que he aludido: Geraldine odia a Christabel porque su idilio con el caballero Amador le provoca celos. Geraldine pide la ayuda de una vieja bruja, Ryxa. Dice Tupper que los celos de una mujer son como un veneno que arruina “la dulce leche del corazón”: cuajada, endurecida y ennegrecida, esa leche acaba siendo comparable con la tinta sepia de los fósiles. Además, la calumnia puede ayudar a los celos para volver odiosa a la amada y matarla.

Christabel y Amador se han conocido desde niños y después se han amado. Pero Amador se va a la guerra santa por varios años. Cuando regresa, Christabel está enferma y pálida, y a pesar de todo Amador la rechaza y se enamora de la hermosa Geraldine. Debido al pacto con la bruja Ryxa, Geraldine se vuelve serpiente y se va a al Infierno, mientras Christabel y Amador se unen.

La serpiente verde es alquímica porque gracias a ella la materia prima de los celos se convierte en la piedra filosofal del amor. Sin embargo, la serpiente verde también es símbolo de justicia, pues en realidad es Apolonio, transformado en Geraldine por Tupper, que luego lo vuelve serpiente para mandarlo al Infierno.

En el poema la vieja bruja Ryxa adopta el aspecto de un enano negro, basado en el enano negro de Walter Scott, enano que se vuelve siniestro al haber sido maltratado. Esto quiere decir que Tupper transforma a los personajes y llega a cambiarles el sexo, con tal de elaborar su poema.

En el poema “Christabel” de Coleridge, que inspira a Tupper, el noble bardo Bracy, padre de Geraldine (dama salvada por Christabel) sueña que la serpiente verde está enroscada en una paloma blanca, que se queja, y ambas comparten la hierba verde. La relación tortuosa del verde con el blanco es muy usada en “El pueblo blanco” de Machen, pues el personaje Ambrose le saca un provecho abusivo.

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Los románticos nos ofrecen diversas versiones interesantes del episodio de la vida de Apolonio en que éste calumnia a la mujer de su discípulo y ella desaparece o muere.

El pintor surrealista Kurt Seligmann, en el capítulo sobre Grecia de su Historia de la magia (1948) incluye el dibujo romántico a que he aludido antes, en que podemos ver a Apolonio, a Menipo y a la mujer fenicia con cara de calavera.

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El anónimo autor ecuatoriano del cuento “El desencanto de la hermosura”, de 1898, nos habla de un marino español que, después de la guerra, vuelve con su prometida y al abrazarla se encuentra con un esqueleto. El salón del festín se ha vuelto salón de duelo y los corredores han sido enlutados.

En “La promesa”, que forma parte del libro Cuentos (1890) del romántico mexicano Guillermo Vigil y Robles, el poeta Marcos conoce a la rica joven Emilia y se enamora de ella. La guerra con Estados Unidos trunca el idilio, pero Emilia le promete un beso. Cuando él regresa, mutilado, se entera de que ella lo ha abandonado… por uno de los enemigos. Ebrio, desesperado, la encuentra una noche, y cuando le da el beso, en “un caserón antiquísimo”, ella es “una descarnada calavera”. Marcos es encontrado muerto al día siguiente, con Emilia, que le aprieta los labios con las “descarnadas mandíbulas”.

Como en el escudo de Aquiles, de Homero, en los dos cuentos hispanoamericanos que he resumido, la crítica a la guerra se une a la celebración de lo amoroso.

Continuará…

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Imagen de cabecera: «Les Chants de Maldoror», por TagliaMani.

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EGPenEmiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).