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LOS CELOS DE APOLONIO

VII

Emiliano González

Primera parte

Segunda parte

Tercera parte

Cuarta parte

Quinta parte

Sexta parte

 

 

Influido por Cervantes y Lope de Vega, el polaco Jan Potocki escribe la novela Manuscrito hallado en Zaragoza (1804) en que Alfonso van Worden, el caballero protagonista, después de ver los cadáveres de unos hermanos ahorcados, los de Zoto, rodeados de buitres que les arrancan jirones de carne, y de leyendas vampíricas, pasa la noche en una venta en que conoce a unas hermanas voluptuosas, Emina y Zebedea, que le confiesan que han jugado a amarse. Alfonso, luego de gozar con ellas, se duerme. Al despertar se encuentra entre los esqueletos semipodridos de los hermanos ahorcados. La historia es una variación del episodio de la vida de Apolonio. Nótese el homosexualismo femenino. En la historia del endemoniado Pacheco, muy parecida a la del protagonista, uno de los cadáveres ambulantes le corta el camino y le arranca un ojo con una mano, introduciendo luego su lengua ardiente en el hueco del ojo, lamiéndole el cerebro y haciéndolo rugir de dolor. El otro cadáver le hace cosquillas en la planta del pie, luego le arranca la piel y toca sus nervios como si formaran un instrumento musical.

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Ante el homosexualismo agresivo de los hermanos Zoto viene a la memoria el recuerdo de infancia de Leonardo da Vinci descrito por Freud, y los buitres y el ojo arrancado son anticipaciones de “El corazón revelador” de Poe, por “el ojo de buitre” del viejo victimado. El cuento “El hombre de la arena” de Hoffmann, analizado por Freud, es asimismo anticipado por Potocki, suicida edípico anterior a Polidori, autor suicida de El moderno Edipo, novela romántica. Potocki y Polidori son víctimas del complejo o atavismo de Apolonio. Este último es un homosexual pigmalionista indirecto e inconsciente. En la historia de Thibaud de la Jaquière de Potocki (luego re-escrita por Nodier), Orlandina es en realidad Belcebú: se vuelve monstruo y luego carroña. Las mujeres condenadas, las metamorfosis del vampiro, incluso las negras de Baudelaire se ven anticipadas por la novela de Potocki, adelantado, atrevido… e incomprendido: nótese cómo el autor suicida de Orlandina anticipa a Maupassant, autor suicida de “El horla”. El súcubo o demonio femenino se vuelve después el vampiro invisible superior al hombre.

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Los espíritus de los antepasados adoptan el aspecto de buitres para desgarrar la carne de la Malinche en una fantasía mexicana de la segunda mitad de la novela de Potocki. En el cuento de Hoffmann, el hombre-pájaro selenita que saca ojos de niños terrícolas, para alimentar a sus crías en la luna, señala la relación entre la infancia, el ave rapaz y el ojo edípico. Gracias a la armonía del ojo y de la mano, Leonardo logra sublimar los elementos traumáticos de la experiencia infantil. En los espíritus de los antepasados como buitres yo veo un símbolo del complejo o del atavismo (recuerdo ancestral). En la mitología, Minerva, surgida del golpe de hacha dado por Vulcano al cráneo de Júpiter, nos lleva al cuento de Poe en que la mujer es asesinada con un hacha por el ebrio agresivo que ha sacado el ojo al gato negro. El cuervo sobre la cabeza del busto de Palas (Minerva) y el gato sobre la cabeza de la mujer asesinada son los animales negros que nos recuerdan a la esfinge –mujer y ave– del perverso polimorfo Leonardo, que sugiere un leopardo, es decir, un felino. En el cuento “La puerta en el muro”, H. G. Wells transforma a la esfinge blanca de la novela La máquina del tiempo (1895) en la mujer misteriosa de los felinos salvajes, y el palacio de porcelana verde se vuelve la puerta verde del muro blanco, puerta que lleva al palacio de esa mujer, conocida por Lionel en la infancia y perdida para siempre en la edad adulta, perdida junto con la vida…

En La esfinge de los hielos (1897) Verne hace una continuación de la novela de Poe sobre Gordon Pym y nos lleva al recuerdo infantil de Leonardo. El mar lechoso y la obsesión de Poe por el color blanco en su novela de aventuras nos hacen pensar en la leche materna. Es memorable el título del melodrama en que actúa la madre de Poe (Eliza): Tekeli o el sitio de Montgatz. Eso quiere decir que el grito “¡Tekeli-li!” de la novela sobre Gordon Pym, grito que significa “blanco”, es un recuerdo de la obra en que actuaba la madre de Poe. Es el mismo grito usado por Lovecraft en su novela sobre las montañas de la locura, y lo emiten los “shoggots” (sirvientes amorfos creados por los Grandes Antiguos). El color blanco, símbolo de la pureza, puede también ser símbolo del mal, como nos advierte Melville en su novela sobre la ballena blanca.

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La mujer puede ser amor o puede ser muerte en los escritos románticos y decadentes.

En la obra de teatro de Swinburne Chastelard (1865), la muerte, la reina-madre cruel e incluso la prostituta se unen al final, anticipando la imagen de Joyce en la obra de teatro sobre Circe en la novela Ulises (1922). En la obra de Swinburne podemos leer los siguientes versos:

Llega un momento en que la mujer se deshace de su pecado, / como un pájaro muda su plumaje; una vez que ella ha cambiado así, / el viejo compañero de sus viejas plumas la picotea / para lograr que vuelva el ave que él conoce: entonces ella, siendo más fuerte, / le saca los ojos.

En esta historia despiadada de Swinburne aparece Venus alimentándose con corazones de hombres y acompañada por un Cupido con alas de murciélago, imágenes vampíricas que transforman “La crucifixión de Cupido” del poeta latino Ausonio, una composición onírica en que la madre Venus es cruel, hecho que influye sobre Baudelaire y Swinburne, e incluso sobre Masoch, autor descuidado e irresponsable en La Venus de las pieles (1881).  Los fragmentos malos de Chastelard de Swinburne, que se inspiran en El caballero de la carreta de Chrétien de Troyes, ya anuncian la segunda parte de la novela de Masoch, en que la sexualidad enferma sustituye al erotismo, en que lo real sustituye a lo teatral y en que desaparece el aparente humor negro feminista de la primera parte. En Chastelard de Swinburne, la Venus cruel con “garganta de pájaro” nos lleva a la imagen de la esfinge, de la madre deformada por el ala del buitre en el recuerdo infantil de Leonardo de Vinci. El ave cruel descrita por Swinburne culmina en el detalle edípico de los ojos arrancados. Swinburne , igual que el pintor Leonardo, logra dominar del todo el sadismo y el masoquismo, gracias a la poesía, en Poemas y baladas (1866), en que hay avances de vanguardia, como la máquina amorosa y macabra, la andreida de “Faustine”.

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Chastelard es una obra publicada en 1865, año de la publicación de Alicia en el país de las maravillas de Carroll. Los dos libros terminan con decapitaciones determinadas por la reina. Swinburne identifica a la madre cruel, a la Venus de Ausonio, con la vampírica lamia y con la reina-madre, María Estuardo. También la identifica con la madre cruel victoriana (recuerdo de muchos niños). Mártir de amor, como el caballero de la carreta de Chrétien de Troyes, Chastelard es precursor de Severino y otros personajes de Masoch, y nos lleva al fragmento de un libro sobre flagelación:

Uno de los grandes encantos de ser castigado con la vara reside en la sensación de que el azotado es la víctima impotente de la furiosa rabia de una bella mujer.

Los opuestos enemigos, el placer y el dolor, el amor y la muerte, el bien y el mal, son contrastados por los románticos y los decadentes.

En el tercer capítulo de la novela El epicúreo (1827) de Moore, el narrador, antes de llegar a Alejandría, asiste a un banquete en que hay una figura femenina silenciosa, cubierta por un velo y flores oscuras, figura que luego nos espanta, cuando el velo se levanta y descubre un esqueleto. Dice Moore que la costumbre egipcia de poner una momia o un esqueleto en la mesa del banquete había caído en desuso por un tiempo, y en las raras ocasiones en que se acudía a ella era común que los alejandrinos adinerados disfrazaran esa memoria de la mortalidad con flores y velos. El narrador, no preparado para tal espectáculo, tiene un sobresalto, del que su imaginación tarda en recuperarse, pues el esqueleto parece encarnar la sombra de su propio corazón.

El autor frenético Philothée O’Neddy, en el poema “Súcubo” del libro Fuego y llama (1833) describe un sueño en que él danza, ebrio y loco, “poderosamente atormentado de terror y de amor,” un vals aéreo “con una bohemia lasciva y esbelta”. Él le pide piedad a ella “con una voz eléctrica” y la belleza se abandona sin velos a su “fuga de adolescente”. La bohemia ríe con una risa digna del banquete satánico y los dientes de él lanzan estridencias. Ella ya no es un hada de tocador lúbrico sino un esqueleto, presentándole todas sus fealdades, entre sus brazos, y él siente los besos de la boca sin labios de ella, y toca su tiorba de nigromante. Nótese el recuerdo del banquete de la fenicia en el episodio de la vida de Apolonio, tan notorio como en los esqueletos banqueteando bajo domos arábigos, metáfora lovecraftiana por definir la narrativa de Beckford. El súcubo es un demonio femenino que copula con los hombres. En el soneto decadente “Súcubo” del poeta brasileño Emiliano Perneta, el hada lúbrica de O’Neddy se convierte en una ninfa concupiscente de túnica azul, que muerde al poeta. En la mordida hay recuerdos de una de las cortesanas llamadas Lamia, confundidas con la mujer fenicia de Menipo, y del poema “La rabiosa” de Rollinat. El sueño del conde Osmond en El espectro del castillo (1799) de M. G. Lewis influye sobre O’Neddy: el conde, en una de las cavernas de sus antepasados, ve a Angela (hija de un desgraciado), que sonríe y lo llama. La figura cambia y se vuelve la de su tía Evelina, el cuerpo se arruga, la carne se desprende de los huesos, los ojos se salen de las cuencas y el conde abraza a un esqueleto. La imagen anticipa los poemas de O’Neddy y Baudelaire y las prosas de Potocki y Nodier, variaciones del episodio de la vida de Apolonio.

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Trimalción que contempla pequeños esqueletos de plata en su banquete y el príncipe Próspero que recibe la Muerte Roja en su fiesta de disfraces, son corruptos opuestos a Menipo (que sufre la calumnia de su maestro Apolonio) y sus equivalentes femeninos son la orgullosa Maisie y la Doncella Alegre de Scott, jóvenes vanidosas que necesitan espectáculos fúnebres para aceptar cosas serias y sustituir frivolidad por diversión.

En la pantomima Fausto, de Heine, después de una orgía, la bella Helena se vuelve un esqueleto, y lo mismo ocurre con las bailarinas. Cuando trata de casarse, Fausto es ahogado por una horrible serpiente, que antes ha sido Mefistófela (el espíritu maligno convertido en mujer). Heine cita al estudioso Widman, que afirma que el diablo atrapó a Fausto y le dio por concubina a Helena, salida de los Infiernos, que le echó al mundo un monstruo y luego un hijo llamado Justo. A semejanza de otros personajes griegos, después de la muerte de Cristo Helena va a dar al infierno cristiano, que en la literatura dantesca es el Hades de los griegos.

El tema de Elena diabólica aparece en el Fausto de Goethe y el tema del suicidio en Werther del mismo autor. Los románticos y los decadentes han mezclado los dos temas y les han buscado soluciones originales, hasta formar un modelo cultural que siguen varios autores, más que un arquetipo particular de autores que no se conocen entre sí. En todos los casos, Elena provoca suicidios. Las únicas narraciones en que Elena se suicida son “El pueblo blanco” , en que el final es forzado y problemático, y la novela Ellen de Lorrain. En estas narraciones, Elena no es fatal sino víctima de la fatalidad. En las narraciones sobre Elena fatal, el hombre queda “en harapos, hambriento, debilitado”. Elena se vuelve Rosalía en el cuento “Confidencia”, del mexicano Guillermo Jiménez, cuento en que vemos a un hombre –antiguo amante de Rosalía– completamente arruinado. El cuento se inspira en un incidente de la novela de Machen, El gran dios Pan. En el cuento de Jiménez, el mendigo es “asqueroso y lascivo como un sileno infernal”. El título de la novela de Machen se basa en “el gran Pan” al que alude Goethe en Fausto (II) y en Sátiros o el demonio del bosque deificado (1773), una comedia de Goethe en que Pan es dios de la desnudez, de la Naturaleza y particularmente de los hombres-lobos. El Sátiros de Goethe se vuelve luego personaje del ocultista Osman Spare. En “El amigo de la muerte” (1852), narración de Pedro A. de Alarcón, un zapatero dice que será amigo de la muerte si ésta le concede a Elena. La muerte es el diablo, y sólo le concede a Elena en el Más Allá, luego del suicidio de él y del deceso de ella. En “Las aventuras de un muerto” (1856), cuento de Núñez de Arce, en que intervienen los celos y el diablo, Elena provoca el intento de suicidio de un poeta. En El gran dios Pan (1895) de Machen, Elena, hija de un Sabazius o Dionysos diabólico, provoca suicidios. En el soneto “Ave Fémina” (1899) de Villaespesa, Elena ha poblado de suicidas el Infierno. En la novela Salamandra (1919) de Rebolledo, Elena, diabólica, provoca el suicidio de un poeta. La novela de Rebolledo se basa en la leyenda La ondina del lago azul (1860) de Gertrudis Gómez de Avellaneda, leyenda en que podemos ver el “horrible efecto de la burla lanzada por la prosaica realidad sobre la poética aspiración”. En estas narraciones, las mujeres, en vez de encarnar a la ondina (espíritu del agua) y a la salamandra (espíritu del fuego) encarnan al diablo, que siempre miente y lleva al suicidio. Los hombres, en vez de encontrar mujeres espirituales y sensuales, encuentran a la muerte.

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El suicidio de la autora imaginaria Helen en “El pueblo blanco” de Machen es una versión femenina del suicidio del autor real Nerval, entregado primero al hashish y luego al opio, en una época de experimentos y riesgos. Pero también es una transición entre el cuento de Avellaneda y la novela de Rebolledo, pues Helen se suicida después de mencionar a la ninfa del agua y del fuego. En “El pueblo blanco”, Nerval, autor de “El monstruo verde”, se vuelve Helen, autora de “El libro verde”. Tanto la autora imaginaria como el autor real son precursores del surrealismo. Sin embargo, la autora mezcla inocencia y experiencia (Alicia y Melusina) y el autor destaca lo sobrenaturalista y los sueños.

Anticipación de la escena del encuentro de Stephen con su madre muerta en Ulises de Joyce es el fragmento de la novela de Mary Shelley, en que Frankenstein sueña con su prometida Elizabeth:

Deleitado y sorprendido la abracé, pero cuando imprimí el primer beso en sus labios, estos se volvieron lívidos con el matiz de la muerte; sus rasgos parecieron cambiar y yo creí tener el cadáver de mi madre en mis brazos; una mortaja envolvió su sombra y vi a los gusanos arrastrándose en los pliegues de su franela.

La primera vez que aparece la cara de calavera relacionada con la madre es en la novela de Mary Shelley, autora cercana a Polidori y a sus complejos. Esto quiere decir que el complejo de Apolonio se mezcla con el de Edipo, personaje que no debe ser confundido con Menipo, discípulo y víctima de Apolonio. El nombre de Elizabeth en el fragmento de Mary Shelley nos lleva al parentesco de Polidori con Rossetti y a la unión de este último con Elizabeth Siddall, impregnados de una atmósfera de vampirismo. Para explicar a Elizabeth es necesario acudir a un tratado del siglo XVIII sobre vampiros y monstruos devoradores escrito por Ranfft. El suicida Polidori, autor de “El vampiro” y Elizabeth intacta en su ataúd por años, tienen explicación racional, pero parecen ser sobrenaturales. El pelo rojo de Elizabeth nos recuerda a la superstición de la legendaria orden vampírica de suicidas, los Hijos de Judas, el traidor de pelo rojo. Sin embargo, es sólo una casualidad, ya que la condición de momia de Elizabeth se debe al uso del láudano y no al vampirismo.

"Mary Shelley y Frankenstein", por AntonioHG.

«Mary Shelley y Frankenstein», por AntonioHG.

En Stephen héroe, la primera versión del Retrato del artista adolescente, de Joyce, la madre le reprocha a Stephen su anticristianismo, que le parece sin duda digno de Judas. “Olvidas que sólo somos gusanos de la tierra”, dice la madre. Curiosamente, “Gusanos de la tierra” es el título de un cuento de Robert E. Howard, que se suicida después de la muerte de su madre. “Gusanos de la tierra” se inicia con una crucifixión.

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Pero veamos otras versiones del asunto de Apolonio.

En el cuento “La noche en el castillo”, del autor belga Thomas Owen, un capitán hace el amor con una baronesa que se convierte después en un esqueleto. Una variación de este tema es el cuento de Owen “¿Amanda, por qué?”, en que una joven lectora, apasionada por lo fantástico y lo oculto, hechizada por los escritos del autor, hace cita con él y después de cenar hace el amor con él. Al día siguiente, una llamada telefónica le comunica al autor que ella ha muerto… ¡la noche en que lo ha amado! El cuento es un lamento metafórico por la brevedad del placer erótico, por la fugacidad de una aventura sensual. Estos cuentos figuran en el volumen La rata Kavar (1975).

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En la tentación de San Hilario, Apolonio es el santo y la mujer fenicia es la bella Pelagia, que se convierte en estatua, se tambalea y cae, hecha pedazos, influyendo sobre “El pueblo blanco”, en que la estatua blanca mortífera es convertida “en polvo blanco y fragmentos”, y sobre “El libro verde”, en que la nana bruja es comparada con una estatua. Existen variaciones de la tentación de San Hilario, escritas por los románticos Heine, Von Eichendorff, Moore y Mérimée, variaciones en que el pigmalionismo se ve artísticamente controlado y prevenido, así como el complejo o atavismo de Apolonio, una vez conocido y reconocido. En el episodio de Apolonio, el pigmalionismo es obvio cuando el maestro compara a su discípulo Menipo con una estatua. En todas las versiones, el episodio de Apolonio se mezcla con una historia narrada por Luciano de Samosata en Los amores, historia en que un joven se enamora locamente de una estatua de Venus, la mancha con semen y se suicida. En la versión de Heine, las flores de olor cadavérico en los jarrones nos recuerdan las flores brotadas de los cadáveres en La crucifixión de Cupido de Ausonio, poema en que el dios del amor es víctima de su madre Venus, y también nos recuerdan las flores y los cadáveres de Orlando furioso. Heine en su versión hace aparecer a los sirvientes de la dama como murciélagos con antorchas, en un sueño del protagonista.

En la versión de Von Eichendorff, “La estatua de mármol”, las flores de los jarrones se retuercen como serpientes.

En la versión de Moore, la estatua es de Diana de las encrucijadas y se vuelve un esqueleto que se interpone entre el novio y la novia.

En la versión de Mérimée, la estatua de Venus mata al novio al abrazarlo. Este último incidente influye sobre Machen, que escribe “La novela de la doncella de hierro” para Los tres impostores (1895). Mérimée en su versión, titulada “La Venus de Ille”, tiene influencia de la historia de la estatua de Mitis, que podemos hallar en la Poética de Aristóteles, historia en que la estatua de la víctima cae sobre el asesino, inspirando a Lope de Vega, Zorrilla y Bécquer. En Un libro de santos para niños (1905), de William Cantor, San Hilario y sus acompañantes, fatigados, aceptan la hospitalidad de una joven y bella dama, de cara blanca, llamada Pelagia, que les da comida y agua. Se muestra bondadosa y humilde, a pesar de ser rica. Le pregunta a Hilario cuál es la mejor de las pequeñas cosas hechas por Dios e Hilario le responde que es el rostro humano, que tiene todos los sentidos del cuerpo: en el rostro podemos ver el alma “como en un espejo oscuro”. Pelagia pregunta qué tierra está más cerca del cielo e Hilario responde que el cuerpo de Cristo, pues la carne es tierra. Pelagia pregunta cuál es la distancia entre el cielo y la tierra, e Hilario responde que sólo Lucifer puede saber eso, al haber caído desde el cielo. Hilario le susurra el nombre de Cristo y entonces los ojos de ella se oscurecen, el alma y la flor de la vida perecen en su dulce cuerpo e Hilario y sus compañeros se encuentran con una estatua de Venus de mármol blanco, que parece ser golpeada por una mano invisible, pues se tambalea y cae, hecha pedazos, las luces se apagan y sopla el viento de la noche de verano. Hilario y sus compañeros se hallan rodeados de flores silvestres, entre las ruinas de una antigua ciudad romana, cubiertas de vegetación, las columnatas rotas de un templo de mármol y fragmentos blancos de la bella tentadora. Tres lobos grises les gruñen desde las ruinas.

El cuento de Cantor ilustra la teoría que Heine despliega en su libro Los dioses en el destierro, pues el fantasma de Pelagia encarna a Venus, y ésta es sólo otro fantasma, desterrado por el horror de la muerte de Cristo. Los lobos grises que gruñen desde las ruinas van a dar al final del cuento de Bierce en que las ruinas son las de la ciudad de Carcosa.

La historia del hombre solitario que es en realidad el amante de una estatua negra, historia narrada por una mujer alucinada al quijotesco Lucian Taylor en La colina de los sueños (1907), de Machen, se basa en la historia del antiguo Luciano, sobre el joven enamorado locamente de la estatua de Venus.

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En una nota del libro La aventura de Londres (1924), Machen alude al descubrimiento, en un día caluroso, de un pequeño fauno de bronce en una cancha de tenis hundida, fauno que parece cantar sobre viejos veranos y entonar música de flauta. En la nota de Machen hay un eco de la versión de Moore en que el novio, para poder jugar tenis, deja su anillo de bodas en el dedo de la estatua pagana, y ésta cierra la mano, quedándose con el anillo y siendo la nueva novia.

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Aclaraciones a propósito de Polidori y Crowley:

 

En el No. 107 de Revista de la Universidad de Mexico para enero de 2013, en la pág. 67, al comienzo del ensayo “Mutaciones fantásticas” de Emiliano González dice: “Su abuelo Polidori se suicida”, y debe decir “su tío Polidori se suicida” (en un fragmento sobre el familiar de Dante Gabriel Rossetti). El título original de “Mutaciones fantásticas”, modificado por los irresponsables, es “Sobre una obra de Machen”. Otro título modificado es el de “Homenaje a Crowley”, que apareció como “Palabras por Crowley” en el No. 437 de la misma revista, para junio de 1987, en la pág. 24. La nota introductoria es de Emiliano González, y las versiones de los poemas de Crowley son de Beatriz Álvarez Klein.

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EGPenEmiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009).