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LA NOSTALGIA DE LA MUERTE

EN HOMBRES Y MUJERES

VI

Primera parte

Segunda parte

Tercera parte

Cuarta parte

Quinta parte

 

Emiliano González

 

En “El miedo al mar” de Ramón Gómez de la Serna, el mar ofrece a Prudencio (ingeniero de una mina) el espectáculo de su brutalidad, de su “enternecedora epilepsia”. Recordamos el poema del argentino Oliverio Girondo, “Croquis en la arena”: “¡El mar! Con su baba y su epilepsia” (esta es una enfermedad crónica, con desmayos y contracciones involuntarias de los músculos). Prudencio entra por las calles de la aldea, encuentra la casa de Sagrario por entre los eucaliptos, y la encuentra ella en el jardín, pues el padre de ella le ha prohibido entrar en la casa, al considerarlo “lunático”. Prudencio cree que el mar quiere a los amantes, los mata, los hace engreídos. Aman el mar sólo quienes “acarician un sueño inhumano o una indiferencia malhumorada”. Sagrario en cambio ama el mar, que se ve bello desde su ventana todas las mañanas y es como un libro lleno de ilustraciones “diferentes y maravillosas”. Prudencio cree que ella prefiere el amor del mar, en vez del amor de él, y le pide un beso. Pero a pesar del beso que ella le da, acaban separándose. Ella parece tener la pelagra, llamada “el mal de la rosa” (porque se ponen rosas las manos). Es “una nostalgia tan fuerte del agua de la que salimos en el principio, que no hay con qué calmarla…” En realidad, Sagrario tiene herpes, heredada de su madre, y sus manos tiemblan. La vida monótona de Sagrario se salva un poco gracias a su amistad con Asunción, amiga inseparable, ante un ventanal que da al mar y parece una pantalla de cinematógrafo. Prudencio, misógino, cree que al ser mujer Asunción quiere ser dominada e incluso apaleada por el mar, y ella le dice que no sabe cómo Sagrario puede aguantar a Prudencio, pues ella no admitiría a un novio con esas ideas.

Un doctor dice que el amor por el mar (oceanofilia) es muy insistente y se refiere a un enfermo al que se evitaba la proximidad con estanques o tazas de fuente, y que metió la cabeza en un cubo de agua y “contuvo la respiración hasta que se ahogó”. El doctor cree que sólo la vigilancia de Sagrario pude evitar que Asunción se tire al agua. La primera ve a la segunda por el camino. Se abraza a ella y le hace “una verruga de besos en el cuello” Sagrario le pide a Asunción que la deje cogerse a su brazo. Sólo ella ve “la serenidad esplendorosa del mar”. Prudencio se va, pues el mar “es tan villano, tan chulo, que abusa de lo femenino”, y ha sido capaz de hacer que ella le diga una frase de taberna y lo llame cobarde. Cree que irse es menos cobarde que quedarse, y desciende por una cuesta a la hora en que salen los sapos. Sagrario llora, hipa y se abraza a Asunción, “para no ser egoísta ni en su llanto”, y enjuga éste en el regazo que le ha “consolado de tantas disputas con tantos novios”. Asunción mira el mar y eso la resigna del dolor de su amiga y no la hace participar de sus lágrimas. Ve al mar “colmado de lágrimas saladas y dedicado a jugar con ellas”. Recordamos los versos de José Gorostiza: “A veces me dan ganas de llorar / pero las suple el mar”. Más pegada a su amiga que nunca, Sagrario se apoya con melancolía en Asunción, “pero apretando bien su brazo, su presa”. Asunción cree que el empeño de Prudencio es llevar lejos a Sagrario, humillar esa melancolía que une a las amigas… Sagrario quiere quedarse con Asunción, tomar el baño de mar todos los días y recibir las cartas de mujeres y noticias que manda el mar, divino esposo de las dos amigas. En esta novela corta y satírica (incluida en el volumen La malicia de las acacias, 1927) la “oceanofobia” es tan grave como la “oceanofilia”, y Gómez de la serna prefiere la serenidad. El amor por el mar implica un apego desmedido por la madre y el odio por el mar implica un repudio, defensivo ante el complejo de Edipo.

Excesos y defectos de los humanos condicionan la perversión sexual, propician lo neurótico, lo loco y lo inhumano. La parte masculina de la mente de una mujer y la parte femenina de la mente de un hombre pueden ser excesivas, dando origen al homosexualismo femenino o masculino. El defecto de sexualidad origina a la monja; el exceso, a la prostituta. El defecto de masculinidad produce al joto (siempre consciente y directo); el exceso, al macho (casi siempre inconsciente e indirecto, como Aquiles). En mi libro Los sueños de la bella durmiente, el soneto “Lesbianas” de Las gárgolas nos muestra la parte masculina de la autora imaginaria Nusch Cavalieri, buscando su colocación en literatura: ella se describe a sí misma como un niño que contempla a unas lesbianas en el jardín. En “La última sorpresa del apotecario”, la voz persuasiva y seductora de Mirlitón le habla al apotecario como una mujer o, mejor dicho, como ninguna mujer le ha hablado antes. La parte femenina del autor imaginario Mirlitón busca su lugar en la literatura.

El pintor Sebastián de “La danza de Salomé” y el escritor Garret MacKintosh son personajes que tienden a la misoginia o al homosexualismo, van a dar callejones sin salida y se suicidan. A diferencia de ellos, Nusch Cavalieri es consciente de su problema y así logra evitar el destino de la legendaria Safo.

La espiritualidad de Safo nos lleva a lo platónico y su carnalidad nos lleva al lesbianismo, pero asimismo a la posibilidad de la sátira femenina.

Pocos conocen el poema en que Safo compara a los hombres con los dioses y hace el elogio de un hombre llamado Broqueo. Al verlo, falla su charla, se vuelve muda, un fuego delicado invade su carne, sus ojos se oscurecen y sus oídos cantan. La voz y la risa de este hombre hacen que Safo sude y tiemble. Se vuelve “más verde y pálida que la hierba”, su corazón se acelera y siente que se acerca la muerte. Pero todo puede soportarlo, con tal de estar cerca de él.

En otros poemas, Safo celebra a las parejas heterosexuales.

En los versos dionisiacos de “El verano madura”, la autora americana Helen Johnson viaja al mundo de Safo, hace un elogio de la Naturaleza y dice que Faón es fría comparada con las criaturas de la selva: las palomas en parejas, la puerca salvaje y sus lechones, el ciervo buscando una compañera, saben más de amor que Faón. Y aunque la noche nació para el amor, Safo invita a Faón a dormir. Esto último se basa en los versos de Safo: “Ojalá puedas dormir en el pecho / de tu tierna compañera”.

Según otra autora americana, Mary Brent Whiteside, sin la historia del amor de Safo por Faón se desvanece la leyenda que dice que, para curar su amor afligido, se arrojó desde la roca de Leucade.

La relación de Melanchta y Rosa, una mujer medio negra y otra negra por completo, es el tema de Melanchta, novela de Gertrude Stein incluida en el libro Tres vidas, publicado en 1909. El mundo, triste, llena a Melanchta de desesperación, y le dice a Rosa que una mujer conocida por ella se ha suicidado de tristeza. Y a veces Melanchta afirma que el suicidio es lo mejor para ella. Rosa se le opone: dice que mataría a alguien pero que no se suicidaría por tristeza… a menos que lo hiciera accidentalmente. Melanchta y Rosa se conocen en la iglesia para negros, pero por una razón social, no religiosa. Rosa, hija de una sirvienta, ha crecido entre los blancos y luego se ha separado de ellos para vivir, de modo humilde, con dos mujeres. Se ha casado después, con un marinero, y su matrimonio ha sido ayudado por Melanchta. Un bebé de Rosa nace y muere. Melanchta piensa en el suicidio. Ella ha odiado a sus padres, a su madre misteriosa y a su padre, obrero tosco. Se ha dedicado a los caballos. Y ha heredado de su padre cierto poder, que la ha alejado de los muchachos, siempre demasiado jóvenes para ella. Ha conocido a otra negra-blanca, Jane, de veintitrés años, expulsada de la escuela por mala conducta y muy atraída por Melanchta, que ha imitado a Jane tratando de beber mucho licor, y no consiguiendo gustar de éste. Ha gustado, más bien, de la sabiduría que su amiga le ha dado, y ha aprendido a amar a Jane. Pero Jane, debido al exceso alcohólico, se ha debilitado. A los dieciocho años, Melanchta conoce a un doctor (un joven mulato), tiene un amor experimental con él y luego conoce a otro, al Dr. Jeff Campbell. Ella desea un “amor fuerte y cálido” y él un amor demasiado puro. Melanchta se casa con Jem Richards, relacionado con los caballos, las carreras… y cierto poder que encanta a Melanchta. Ella lo ama a él con un amor que la vuelve loca y tonta. Él se separa gradualmente de ella y ella de él. Cuando él le dice que nunca más va a desearla, ella desea el suicidio.

Jane enferma y el Dr. Campbell va a examinarla. Ella le habla mal de Melanchta y retrata maneras de divertirse que repugnan a Campbell. Finalmente, Rosa abandona a Melanchta después de todo el problema de ella actuando tan mal con los hombres. Cuando es abandonada, Melanchta no se suicida por tristeza, aunque llega a considerar seriamente la posibilidad de hacerlo. No se mata, pero sufre una fiebre muy mala, va a dar al hospital y es curada. Pronto enferma de nuevo, tose, suda y se debilita, muriendo de tuberculosis.

El amor simbiótico de las dos mujeres sale a relucir cuando se separan y una de ellas muere.

Gertrude Stein cita a Laforgue al comienzo de su libro, y eso nos recuerda que los principales autores modernos han sido inspirados por los decadentes y simbolistas.

En La Ginandria (1891), novela de Péladan, el héroe, Tammuz, convierte a unas lesbianas en mujeres de sexualidad normal. Sube la escala de Diótima, que va de la belleza de los cuerpos particulares al Amor Universal. Cincuenta mujeres se unen con cincuenta hombres, después de un himno fálico, al final del libro. Tammuz es un Odiseo que, en su recorrido por el Hades, conoce modernas Circes lésbicas, antes de unirse con Penélope. El autor en su etopeya mezcla ciencia-ficción, horror y erotismo.

En Las aventuras del rey Pausolo (1901) de Pierre Louys, está prohibido amar en el palacio, y la princesa Alina, de catorce años, escapa con una amiga y va a dar a un Hades lésbico. El rey, que tiene un templo eleusino, sale a rescatarla, y se vuelve amoroso al final del libro. La carrera de Alina con un conejo sonrosado nos lleva a Alicia de Carroll.

El Barón Corvo abandona el inmoralismo inconsciente de Cuentos que me contó Toto y el inmoralismo perverso de Cartas venecianas y se entrega a la decadencia y al simbolismo en su novela El deseo y la búsqueda del Todo (1934). En ésta, el amor por la joven andrógina salva al autor.

Cuando el decadentismo es en verdad apreciado, ayuda a los autores y lectores.

En una atmósfera cobarde, en que el exceso de miedo se vuelve el desprecio de la clase media por el movimiento decadente, un desprecio compartido por las amadas de Wilde y Dowson, provocando distintas reacciones negativas, la feminista inglesa Amy Levy, contra la injusticia social y a favor de un decadentismo poético, se suicida en 1889, un año antes de la publicación de Axel, del decadente Villiers, y cinco años después de publicar un artículo sobre la “ética” del suicidio, en que afirmaba que todo individuo tenía derecho a terminar su vida. Los versos de Christina Rossetti, pagana primero y anglicana después, influyen sobre Levy, que escribe versos aún más pesimistas y anti-sensuales. En su poema “Últimas palabras”, Levy dice: “Todo ha terminado por completo, / Todo ha terminado. La muerte para mí / siempre ha sido la Muerte en verdad; / para mí no hubo amable credo / Consolatorio…”

Amy Levy

Al final del capítulo “La decadencia”, del libro Los noventas amarillos (1913), Holbrook Jackson afirma: “…los extraños, bizarros artistas que vivieron vidas trágicas e hicieron finales trágicos de sus vidas son los sacerdotes locos de ese nuevo romanticismo cuya finalidad es la transmutación de visión en capacidad personal”. Jackson afirma que “Ser y Desear unidos necesitan acción, que a su vez implica experiencia, y ésta, no la inocencia, es la madre de la curiosidad”.

En El decadentismo griego (1995) Renée-Paule Debaisieux afirma que la existencia terrestre, en la novela Serpiente y lirio (1906) de Nikos Kazandzakis, es el alma expatriada que siente nostalgia por su país auténtico: “En el curso de su viaje por los astros, mi alma es extraviada…”, o bien: “Me acuerdo de otra Patria y lloro las lágrimas desesperadas y amargas de los huérfanos y los exilados”, o bien: “Mi alma proviene de mundos mejores y tengo, incurable, la nostalgia de los astros”. El pintor, protagonista de la novela, ve a la muerte como una barca que va sobre un mar plácido y que irá, por toda la eternidad, en el misterio y la armonía. Se compara con Dios omnipotente, como el personaje megalómano del fragmento “Noviembre” de Flaubert. En vez del culto dedicado a Dios, está el culto dedicado a la mujer, pero ésta implica un descenso al infierno. Por eso la mata, le da una “muerte perfumada”: la muerte “de la serenidad eterna, dada por la fragancia de las flores, sin dolor alguno”. En el cuadro esencial de la novela, elaborado por el pintor, pueden verse una puesta de sol sangrante y una serpiente inmensa con un lirio marchito en el hocico, que simboliza la verdad. Según Debaisieux, el pintor es un Pigmalión satánico que en vez de dar vida a la estatua da muerte a su amada, efectuando la creación al revés y obedeciendo la tendencia negativa a descender, atraído por el abismo de su propio ser.

En la novela decadente Aeronauta (1899) del griego Yannopoulos, un piloto se eleva hacia los espacios de sus sueños y se entrega a la felicidad. Pero su placer se ve estropeado por el recuerdo del dolor humano que ha dejado atrás y, sin miedo alguno, se arroja hacia abajo y se estrella contra la tierra.

En 1910, Yannopoulos se suicida. Al buscar a la muerte con pistola, en caballo, contra las olas del mar y la madre simbólica, Yannopoulos deforma a la madre Demeter de los misterios de Eleusis, dándole la razón al reaccionario Carlyle (autor aristocrático que veía relación entre el suicidio y Proserpina) y a Nietzsche (que preconizaba el suicidio). Yannopoulos deforma la imagen de los caballos de Neptuno, presente en los versos libres del argentino Becú, en donde el mar Atlántico canta los funerales del poeta. Yannopoulos nos recuerda al Quijote que después del viaje a la luna, en un vehículo imaginario, es víctima del caballero de la Blanca Luna, en un caballo real. Por su obra, Yannopoulos nos recuerda a Des Esseintes, prefiriendo una máquina mortífera a una mujer.

Yannopoulos

Ya que el recuerdo del dolor saca al aeronauta de su placer, podemos afirmar que, a semejanza de Schopenhauer, Yannopoulos ve el nacimiento y la muerte del placer como una tortura y no como un fenómeno natural y humano. Por eso acude al suicidio. El decadente desaparece y se ve sustituido por un suicida futurista. En esto, Yannopoulos muestra afinidad con el portugués Mario de Sah Carneiro.

Esqueletos floridos (1897), el libro del decadente Tristan Klingsor, inspira al dibujante Edmund J. Sullivan, que elabora un motivo art-nouveau: un esqueleto coronado de rosas para un poema de Omar Khayam, un motivo que luego es usado como portada por un disco del grupo The Grateful Dead. El título de Klingsor inspira también a Harry Crosby, poeta americano decadente que lleva a la realidad la novela de Kazandzakis Serpiente y lirio, pues mata a su amante Josephine Bigelow y luego se suicida, igual que Enrique Job Reyes, el asesino de Delmira Agustini (autora uruguaya de versos modernistas).

Crosby en el libro Esqueletos rojos (1927), ilustrado por Alastair, nos ofrece su propia versión de “La vendimia de sangre”, poema en que Lugones dice: “En la hipnótica selva de mi alma – donde anudan sus cópulas los lobos – donde teje su red la araña negra – y suda sus ponzoñas el euforbio…” Crosby dice: “Within the srange menagerie of my brain / fantastic figures fornícate and fuse / into deciduous monsters that abuse / the girl-gold visions over whom I reign” (“En el extraño zoológico de mi cerebro / figures fantásticas fornican y se fusionan / en monstruos caducos que abusan / de las visiones doradas de muchachas sobre las cuales reino”). Nótense las aliteraciones swinburnianas, también perceptibles en los versos de Aleister Crowley. Antes de que Lugones se suicide, Crosby elige su muerte y comete un asesinato, recordándonos a George Archibald Bishop, el autor imaginario de Manchas blancas (1898) de Crowley. En Esqueletos rojos Crosby muestra su megalomanía, muy semejante a la del protagonista del fragmento “Noviembre” de Flaubert, pero como no convierte la locura profana en locura sagrada o poesía, ni alcanza el estoicismo de los dandies, no puede impedir el asesinato ni el suicidio, los dos tipos de muerte criticados en el siglo XX por los narradores y poetas de los blues de la ciudad. Crosby fuma hashish y luego opio, a la manera de Gérard de Nerval y, como este autor, enloquece y consuma un suicidio.

El hombre-Dios del capítulo de Los paraísos artificiales en que Baudelaire confunde hashish y opio es después el hombre-perro del delirio suicida. De God el humano pasa a dog: va de lo sobrenatural a lo animal. A diferencia del suicida Werther, de Goethe, Crowby llega a realizar un asesinato, no sólo a jugar con la idea.

En el poema de Le Galliene, “El decadente a su alma”, están los siguientes versos: “Casemos, pensé, al serafín y al perro, / y esperemos la cosa púrpura que nacerá”. Crosby en el poema “Tizón” dice: “El espíritu revolucionario de nuestra época (expresado por el comunismo, el surrealismo, la anarquía, la locura) es un tizón arrojado en la oscura linterna del mundo. / En Nueve Décadas / una Reina Loca nacerá”. La “cosa púrpura” del decadente Le Gallienne se vuelve la “Reina loca” del surrealista Crosby… en el ideal, más que en la realidad, ya que Crosby al final no logra ir de lo profano a lo sagrado, de la locura a la poesía.

El asesinato y el suicidio realizados por Crosby parecen inspirados por la novela La insaciable (1924) del español Luis León, pero lo que en la novela es odioso se vuelve deseable para Crosby cuando, en un momento de locura violenta, decide provocar la muerte de su amante y su propia muerte. En la novela de León, la joven y bella Margarita no desea un amante fogoso sino un marido ideal con automóviles, pieles, alhajas, para satisfacer sus deseos narcisistas. Un amado suyo, Alberto, es calculador y frío y finge la pasión amorosa para lograr sus fines egoístas. Aparenta preferir el amor al matrimonio, con tal de conseguir una satisfacción sexual efímera. Cruelmente abandona a Margarita y ella, imprudente, se acerca a un amante celoso, Emilio, que la mata antes de suicidarse. La idea de ella poseída por otros hombres lo ha enloquecido de celos. Los asesinatos seguidos de suicidios, en la realidad o en la ficción, son determinados por celos furiosos, anormales, patológicos, de machos que antes han sido decadentes.

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Emiliano González

Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I(2007) y Ensayos (2009).

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