APUNTES JAPONISTAS
XII
Emiliano González
La compenetración en la mujer japonesa es mayor en la novela de Champsaur que en Madame Chrysanthème de Pierre Loti, en que la esposa del narrador, conseguida gracias a la agencia Kangourou, es un mero pretexto para conocer una ciudad japonesa.
La objetividad de Gómez Carrillo proviene en parte de Loti, un autor que sirve de tamiz para que la realidad se exprese. La realidad no permite casi una opinión al autor, que sin embargo ironiza cada vez que puede acerca de lo que él llama la “ridiculez nipona”. Si en ciertos libros el mundo es un pretexto para la expresión del autor, en el libro de Loti ocurre al revés: el autor es un pretexto para que se exprese el mundo: la realidad. No hay en la novela de Loti un aprecio profundo por el país visitado ni la subjetividad de Tablada o Rebolledo. El autor, dedicado a viajar más que a vivir en un lugar fijo, no tiene tiempo de encarnar el espíritu del lugar, y es sólo un tamiz que deja pasar imágenes. Realiza catálogos de objetos bellos y de paisajes, elaborando una suerte de guía turística llena de comentarios. Estamos lejos de Lafcadio Hearn, que llega a cambiarse el nombre por el de Koizumi Yakumo y a sentirse japonés. Rebolledo también cambia su nombre por el de Euforén Reboreto San… Loti, en cambio, se entretiene registrando las diferencias entre lo europeo y lo oriental, más que las similitudes.
Además, el autor francés ya había cambiado su nombre en Tahití: Harry Grant se había transformado en Pierre Loti al ser el nombre original demasiado bárbaro. “Loti” es el nombre de una flor. Su amada maorí, Rarahu, lo llama “Mata Reva”. “Mata” significa ojo y “Reva” firmamento, abismo, profundidad, misterio. Claro que en un momento de indignación lo llama también “largo lagarto sin patas”, ya que no había otro modo de identificar a las serpientes en una tierra que las desconocía.
El personaje Harry Grant es un equivalente inglés de Loti que Loti inventa para poner una distancia ficcional y abordar el tema del cambio de nombre.
La experiencia iniciática de Loti en la isla polinesia no puede ser comparada con su romance japonés, ya que a pesar de la amabilidad resultó superficial. En la experiencia de Tahití, el autor repite la experiencia de un hermano, que antes vivió en la isla. Gauguin a su vez repite y modifica la experiencia de Loti. La subjetividad es notable en el libro que escribió Loti acerca de su vida en la isla Polinesia. Su nombre fue para siempre Pierre Loti. Mientras Pierre viajaba, Loti seguía en la isla, ya que el autor nunca olvidó esa experiencia en “el país del sol” como él mismo dice. En Tahití el joven Loti realiza sus sueños infantiles.
El libro de Loti es profundo y sus capítulos son comparables con los cuadros de Gauguin. En este libro, la subjetividad del autor se expresa en visiones significativas, en sensaciones y emociones. El mundo y el artista se expresan por igual. La sensibilidad, cercana a Poe en ocasiones, como la de Gauguin, encuentra jardines encantados y temor poético en los panoramas salvajes. Asimismo, apreciamos la piedad por una cultura viva que los europeos comunes no entendían: las leyendas de la reacción, en que surgen del agua las islas entre fuerzas de fuego, las varias lunas de rostro humano que ha habido antes de la luna que todos conocemos. Y en las visiones de la fiebre, en que los fantasmas de afilados dientes aparecen, y la visión final, en que su amada Rarahu, que parecía estar muerta, ríe como una vampirizada, cierra el libro con un estremecimiento interno. Lo esotérico triunfa sobre un exotismo externo en esta novela. Un dios semejante a un embrión nos lleva a los dibujos de Beardsley, el rey leproso y dorado visto en Hawaii nos lleva a los escritos de Schwob, el sincretismo que transforma y concilia elementos religiosos europeos y tahitianos nos lleva a la pintura y a los escritos de Gauguin. Las visiones de terror armonizan en esta novela con las visiones sensuales.
Al confesar que tiene dos patrias, Inglaterra y Tahití, el narrador nos recuerda a Martí, quien hablaba de dos patrias: Cuba y la noche. Al observar en Rarahu el aspecto ultraterreno de quien está destinada a morir joven, Loti nos trae a la mente un poema de Casal acerca de Juana Borrero.
Los libros de Loti son un estímulo para los modernistas hispanoamericanos, al conducir a países remotos. Abel Morán, el personaje de Rebolledo, antes de llegar a Japón visita Honolulú, donde percibe por primera vez a los japoneses. En esta isla “engarzada en un mar de aguas esmeraldinas” observa cottages “medio escondidas entre esbeltas columnas de palmas”, visita el parque Kapiolani “de susurrantes frondas de pinos, con su maravilloso acuario, en cuyas vitrinas chispean minúsculos peces de todos colores, agitándose como animadas y enormes piedras preciosas”, admira “las floristas de recios bustos y broncínea tez, que venden en el muelle sus hilos de claveles, de gardenias, de rosas, con que los viajeros se engalanan a guisa de toquillas, de boas y de collares aromáticos.”
En la composición a color de André Devambez para El matrimonio de Loti hay una transición entre impresionismo y simbolismo, pues el sombrero dejado a un lado y el traje europeo de Loti contrastan con un paisaje irrealista en que infinitud de mujeres desnudas se bañan bajo palmeras altísimas y Rarahu con flores en el pelo se ve acompañada de su gato gris. Loti dedica la novela a Sara Bernhardt.
Loti influye también sobre el poeta inglés Theodore Wratislaw, que a su vez engendra a Don Blanding. Influye sobre el simbolista ruso Balmont. Inaugura el “maorismo”, comparable con el japonismo en cantidad y calidad de ejemplos.
“Es de México y de Asia mi alma un jeroglífico”, anota Tablada al comienzo de su poema “Exégesis”. El alma y el jeroglífico nos llevan a los títulos de Machen y en Tablada vemos un afán genuino de ser a la vez místico y carnal. En Loti, en cambio, se nota la prisa del viajero sensible, que prefiere dejar a un lado las emociones para no sufrir al abandonar el sitio. El apego por los personajes conocidos deja su lugar al apego por souvenirs y objetos de arte. Estos últimos son descritos en el libro (ya que no puede llevarlos consigo) como recuerdos. La risa de las máscaras ―parecida a la descrita por Lugones en un poema de Las montañas del oro―, los templos, los panoramas naturales, a veces son misteriosos y la prosa se vuelve más artística. Sin embargo, no vemos la voluntad de estilo que en Gómez Carrillo estimula cierta subjetividad. En la novela de Loti es más la realidad la que está presente, y no tanto la personalidad y el temperamento del autor.
La edición francesa de esta novela de Loti es particularmente bella: contiene un retrato del autor que hizo el pintor decadentista Lévy-Dhurmer, una estampa japonesa de Yiecho que representa a Madame Crhysantème y dibujos originales de A. Gorguet.
La edición Pierre Lafitte fue publicada en 1923. La 1ª edición es anterior, de 1883. En este año el movimiento simbolista no está plenamente formado todavía, el modernismo tampoco, y debido a ello el anhelo de interiorización del mundo externo es aún débil. Sin embargo, la literatura del autor es fina, y leemos en su novela elogios de la infancia que luego encontraremos en Champsaur. Destacan el esteticismo de algunos fragmentos y la atención del autor por lo diminuto de plantas y objetos, que luego y hallaremos en los libros de Tablada y Gómez Carrillo.
En la poesía de Issa (poeta del siglo XVIII) los humanos son comparados o contrastados con animales diminutos. Gracias a la unión o al contraste, Issa da el mensaje que quiere. Su unión de sapos con templos o figuras lúdicas se adelanta a los modernos cultivadores del cuento o el poema irreal que mezclan la tradición hechiceril con la lectura de estos poemas sintéticos para transformarla. En este mundo de contrastes de tamaños, unido a sátiras, Issa recuerda a Swift. El poema sintético del autor simboliza, por medio de diversos ejemplos y situaciones, la unión del macro-cosmos y del micro-cosmos. Los “haikús” son testimonios de la unión del poeta con el universo en momentos privilegiados. La mariposa posada en la mejilla del Buda muestra lo sensual invadiendo con naturalidad lo espiritual, símbolo tal vez del beso dado al poeta por la amada. Lo ligero del insecto pluricolor contrasta con la gravedad de la figura meditativa. Lo elaborado de las construcciones humanas se contrasta con lo espontáneo de las edificaciones naturales: el camino de las hormigas lleva al templo de la flor. Los sonidos naturales son comparados con los sonidos producidos por los humanos: la campana del templo y el cuco alternan, o el cuco simula con sus sonidos auténticos haikús. El canto del ruiseñor es comparable con la plegaria humana.
El canto del cuco es un lamento funeral para el sapo que acaba de morir.
La paciencia se simboliza por medio de un caracol que pulgada a pulgada asciende el Fujiyama.
Bajo la sombra de una planta envenenada se ve el agua pura y aun en el agua sucia flotan los lotos, o brotan lotos del estiércol. Lo espiritual se contrasta con lo material, asegurándose la inmunidad de lo primero. Con un crisantemo el poeta llega a limpiar la bosta de caballo que mancha sus manos.
A veces el poeta nos da simplemente la impresión de algo visto: la bruma de la mañana se enreda en un sauce, se mueve a través del templo o se introduce en la boca de una gárgola que bosteza.
La luciérnaga confunde la cabellera del poeta con un arrebato o se introduce en la boca abierta que la ha llamado. Imágenes de flores preceden las apariciones sorpresivas de un ratón o de un gato.
David G. Lanoue ha trasladado al inglés algunos poemas de Issa.
La atención por lo diminuto se ve también en “Horai”, cuento de Lafcadio Hearn acerca de un cuadro japonés pintado en seda, cuadro que representa un lugar en el que el mal se desconoce, lugar habitado por seres que se aman. El lugar se llama Horai. En éste crecen plantas encantadas que lo curan todo y una hierba mágica resucitadora, regada por el agua de la perpetua juventud. Allí todo menos el Palacio del Rey Dragón es pequeño, raro y fantástico. Las hadas comen su arroz en escudillas microscópicas y beben vino en copas del tamaño de un dedal. En el grabado japonés descrito por Hearn, llamado “Espejismo”, se ve oscuramente el palacio de este paraíso, de origen chino. Murasaki Shikibu menciona Horai en el 2° capítulo de La historia de Genji: es uno de los temas elegidos por los pintores para impresionar y sorprender, como los monstruos marinos, los animales feroces de la tierra más allá del mar o rostros de imaginarios demonios. Para la autora, estos pintores no piensan tanto en la belleza como en asombrar al espectador. “Y aunque en sus cuadros nada es real, todo es probable.”
En otro cuento de Hearn, un personaje sueña un palacio y la tumba de una princesa y luego ve unas hormigas que lo representan todo y descubre incluso una pequeña edificación en forma de monasterio budista y debajo una hormiga hembra muerta donde los espíritus malignos provocan tragedias o los demonios intervienen con furor posesivo. En uno de estos últimos casos, la poseída se retira luego a un monasterio a escribir poemas religiosos. Otra vende su cuerpo para mantener a sus padres, mas se quita la vida cuando su amado, que robaba y mataba por dinero, es decapitado.
Lo macabro se une a lo irreal en las historias sobre “musmés” del Yoshiwara. Las indumentarias de los personajes de los álbumes eróticos contribuyen a producir “un efecto extraordinario de refinada obscenidad”.
Las venus y los faunos se envuelven según el autor en “suntuosos mantos de seda”. Y es que en Japón las mujeres se bañan en público y los hombres desnudos se pasean por las calles. Los “minutos de suprema epilepsia” son experimentados con los trajes puestos, aunque abiertos o desatados. “Las piernas se entremezclan en inconcebibles espirales, mientras los brazos forman lazos serpentinos”.
En los ojos negros de las mujeres “oirán” se enciende la lujuria con “chispas diabólicas”.
La mujer que juega con una muñeca es una de las más dignas de ser amadas, “porque es la que tiene alma de niña”.
Un artista, que amaba a una mujer llamada Otzumi y que roba la corona de oro de una imagen santa en Kwanon para terminar su propia estatua, es asesinado, pero en el infierno el dios de los muertos, que ya lo conocía, le dice que vuelva a la tierra y acabe su estatua divina. El artista obedece y trabaja durante años. Las cien manos de la estatua se elevan al cielo, delicadas y en actitud de oración.
Otzumi entra a su estancia y se une con él. Al día siguiente, los bonzos encuentran a la pareja muerta al pie de la estatua. Las cien manos de la diosa se han tornado hacia la tierra y bendicen a los amantes muertos.
Gómez Carrillo elogia a Utamaro, pintor de las vendedoras de sonrisas y caricias. La musmé de Shunsho recuerda las figuras del Renacimiento florentino. Los ojos y la cabellera un dios a la exquisita ondulación del traje quitan toda posibilidad de rigidez a la figura. Utamaro, el pintor de las casas verdes, amaba los paisajes nocturnos: linternas de colores en la sombra azul, y otros panoramas misteriosos.
En ocasiones únicamente se ve una casa entre muchos fantasmas. Las “musmés” se ven alucinantes.
En las figuras dibujadas por Kiyonaga, un aura de meditación rodea a las mujeres, que emplean sus ocios en componer poemas místicos. No vemos en ellas la tristeza incurable de la vida “en claustro de amor”.
Otros pintores de mujeres son celebrados por Gómez Carrillo.
Concluirá…
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Autor de Miedo en castellano (1973), Los sueños de la bella durmiente (1978, ganador del premio Xavier Villaurrutia), La inocencia hereditaria (1986), Almas visionarias (1987), La habitación secreta (1988), Casa de horror y de magia (1989), El libro de lo insólito (1989), Orquidáceas (1991), Neon City Blues (2000), Historia mágica de la literatura I (2007), Ensayos (2009) y La ciudad de los bosques y la niebla (2019).
¡LLÉVATELO!
Sólo no lucres con él y no olvides citar al autor y a la revista.